El baile ensimismado

Imaginen a una persona de apariencia poco carismática. Un registrador de la propiedad, pongamos; el oscuro oficinista que acapara trienios desde el rincón, un programador de software con la habitación convertida en leonera. A cualquiera de ellos lo confundirían con líderes de masas o pastores posmodernos al compararlos con Jeremy Greenspan, la voz cantante en el dúo canadiense de pop electrónico Junior Boys. El tándem lleva una década operativo, pero no había pisado suelo madrileño hasta que ayer acertó a recalar en la sala Penélope. Y su propuesta resultó tan tibia como la tímida media entrada que les dio la bienvenida.
Greenspan se ubica en el extremo derecho del escenario, encorvado y con cierto porte apático: la camisa arrugada y por fuera del pantalón, el flequillo apuntando en todas las direcciones y un gesto como el de quien hubiera despertado abruptamente de la siesta. Pero en esas resulta ser dueño de una voz clara, aguda y sugerente; heredera de Mark Hollis (Talk Talk) en sus mejores momentos, aunque se aproxime de manera inquietante a Spandau Ballet cuando abusa de los ecos.
El de Ontario y su compañero de filas, el programador Matt Didemus, abren fuego con Parallel lines, plácido ritmo medio para cimbrear ligeramente la cintura. El dúo culmina una gira de seis semanas por territorios europeos y puede que acuse el cansancio: solo se miran cuando alguna de las partes pregrabadas no suena como debiera, porque uno ya no puede fiarse ni de las maquinitas. Hay demasiada música enlatada, en escabeche, aunque los Junior tengan la deferencia de incorporar a un batería en directo y Greenspan incluso agarre una guitarra eléctrica para You'll improve me o Teach me how to fight. Salvo algún momento puntual de euforia (Double shadow, Banana ripple), el suyo es baile ensimismado. Sin salsa. Ni carisma.
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