La ciencia económica, hacia la renovación
Tal vez suceda que algún día los físicos consigan demostrar que el funcionamiento del universo no podía ser muy distinto del que es en realidad y logren construir una teoría que demuestre que nuestro mundo es el único posible, que no puede concebirse una materia dotada de otras propiedades.
Tal vez suceda que algún día los economistas consigamos demostrar que el funcionamiento de la economía, según cada tiempo histórico, no podía ser muy distinto del que conocemos y logremos demostrar que en términos generales responde a las pasiones del hombre, solo que la dificultad estriba en saber acertar qué pasiones deben ser las domadoras y cuáles las domadas.
Este permanente esfuerzo intelectual para mejorar el entendimiento de los fenómenos económicos adquiere una especial importancia por la necesidad de situar en perspectiva histórica la ciencia económica. Desenredar la inmensa maraña de intereses, valores y creencias que sostienen y propagan las diferentes escuelas económicas no deja de ser una tarea tan ardua como compleja y no exenta de peligrosas contradicciones.
Estamos en un momento de reinvención de los factores tradicionales en la riqueza de las naciones
La economía del siglo XXI enterrará la época surgida en 1776, aunque tardará en definirse plenamente
En este sentido, la renovación que reclama la economía se hace vitalmente necesaria en un mundo globalizado, entrelazado, interdependiente y altamente determinado por la información, donde tras la crítica crisis sistémica se ubicarán nuevos factores de producción, más allá de los clásicos: tierra, trabajo y capital. Defendemos la hipótesis de que la economía se encuentra en un momento de evolución y reinvención de los factores tradicionales en la riqueza de las naciones, pues de hecho, otros factores como el conocimiento y las competencias básicas de las empresas actuarán como grandes palancas de productividad y competitividad en la economía global y multipolar del siglo XXI.
Para atisbar la nueva tierra económica será una gran noticia para todos que nuevamente surja la cabeza genial que, emulando la tradición histórica, proporcione un nuevo empuje con renovadas ideas y cincele palabra a palabra lo que en esta época de cambios y mutaciones en todas las direcciones se está produciendo por el influjo de dinámicas fuerzas que llevan hacia delante cambios científicos, sociales y culturales que indudablemente impactan en la economía.
Podemos preguntarnos dónde estamos, y no hace falta ser economista para captar en detalle que llevamos usufructuando de otros tiempos casi todo lo que hoy hablamos, aprendemos y enseñamos. Bien es verdad que se han producido impresionantes avances en el análisis formal de la economía, respondiendo estas formidables aportaciones al despliegue de las matemáticas. Se dan en este campo tanto notables contribuciones como limitaciones. Quiero decir que el moderno análisis matemático, por riguroso y elevado que sea, no puede corregir su punto débil fundamental, que es la exclusión de la estructura social y del entorno físico en los que ha de encuadrarse cualquier problema económico, si bien estas técnicas contribuyen a propagar unos conocimientos cada vez más sofisticados y parcelarios de especialistas que apuntan hacia una sociedad donde la razón decae, mientras que la inteligencia aumenta.
No es casual que uno de los instrumentos más utilizados en el análisis económico moderno se remonte al libro publicado en 1758 por el fisiócrata François Quesnay, Le Tableau Economique, que también obtuvo los máximos elogios del marqués de Mirabeau, que refiriéndose al cuadro económico de Quesnay, decía que era "el invento más maravilloso y útil a la humanidad, junto con la escritura y la moneda". Aunque, como es conocido, la doctrina fisiocrática sufrió un golpe durísimo, precisamente con la aparición, en 1776, en pleno siglo de las luces, del libro de Adam Smith Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, que combatía férreamente el sistema fisiocrático imponiendo el suyo, que respondía a la expresión de las fuerzas que estaban actuando en el tiempo mismo que componía su obra, la cual moldearía la nueva especie: el hombre económico del mundo moderno, el hombre de negocios de nuestra sociedad actual.
Respecto a la forma de abordar la realidad económica, los economistas, como las demás gentes, comunican sus puntos de vista, que a través de su pensamiento resultan ciertos. Durante este proceso, tratan de filtrar la realidad que les rodea mediante su propio prisma conceptual, de modo que refuerzan sus creencias eligiendo de la realidad aquellos hechos, fenómenos y cifras que confirmen sus propósitos. Con frecuencia, esta interacción termina por convertirse en un esfuerzo para probar la validez de sus propias ideas, pensamientos o puntos de vista, lo que dificulta una sincera interpretación de la realidad, y con ella una sincera búsqueda de la verdad.
Es un hecho comprobado que, si un experimentador tiene una hipótesis respecto a lo que espera encontrar, obtendrá resultados que concuerdan con sus hipótesis. No hay observador completamente vacío de hipótesis. No cabe distinguir entre ideas libres de este y otros condicionamientos. Toda idea está condicionada. Por tanto, ¿existe un discurso ideológicamente neutro? Los alejandrinos Proclo y San Agustín realizaron su particular lectura de Platón, como del mismo modo, Rosa Luxemburgo y Lenin la hicieron de Marx, mientras que Stuart Mill y Hayek interpretan a Adam Smith.
A comienzos del siglo XX emergió una nueva constitución científica para la cual la realidad está formada por un mundo de posibilidades sobre las que puede influir el hecho de la observación. Así, la realidad pasa a ser la observación, y el observador forma parte de ella. El llamado "principio de incertidumbre" (Heisenberg, 1927), hace que el observador ya no sea un outsider; desaparece la dualidad sujeto-objeto. Ello da lugar a un nuevo principio, para el cual, conocer es actuar.
El economista ya no es un outsider, pues influye en la realidad observada, y si bien la incertidumbre le priva, por ejemplo, de predecir con exactitud el precio de un bien, como actor puede influir en el nivel de precios, predecirlo en términos estadísticos de acuerdo con la calidad y cantidad de información disponible. La incertidumbre, la discrepancia y la inconsistencia constituyen la moneda de cambio de cualquier disciplina científica.
Del mismo modo que la era industrial propició el entorno adecuado para la emergencia de la constitución mecanicista, que dio lugar a la síntesis neoclásica, posteriormente las nuevas realidades y valores surgidos de la crisis de los años treinta propiciaron la emergencia de esta nueva constitución científica en el campo de la economía.
Nos hemos preguntado dónde estamos y ahora podemos preguntarnos: ¿hacia dónde vamos? Como apuntaba hace más de una década el profesor Emilio Fontela, "adoptando una perspectiva a muy largo plazo es posible llegar a la conclusión de que alguna de las preocupaciones tradicionales de los economistas se están quedando obsoletas y de que pronto será necesario reorientar profundamente nuestra actividad investigadora de acuerdo y en función de los tiempos históricos donde se desenvuelve la ciencia económica, que sin embargo a pesar de la elevada sofisticación de sus modelos matemáticos y herramientas tecnológicas en constante evolución y perfeccionamiento, continúa envuelta en valores, creencias e ideas históricamente asumidas directamente de las envolturas ideológicas que tanto social como culturalmente la siguen impregnado con una fragancia de difícil disolución".
Las señales actuales, en plena crisis poliédrica, financiera y económica, proyectan una gran incertidumbre sobre los tiempos que vendrán, pero al menos con igual intensidad propiciarán los cambios para la nueva economía del siglo XXI, que emergiendo de las condiciones y estructuras de la antigua, enterrará la vieja época surgida en 1776, aunque la nueva tardará en definirse plenamente. La propia economía contemplada como una dismal science, o ciencia lúgubre, como la calificó el historiador y filósofo Thomas Carlyle: "Una ciencia social... que encuentra el secreto del universo en la oferta y la demanda... no es una ciencia alegre... no, es triste, desolada y en realidad abyecta y miserable; la podríamos llamar, la ciencia lúgubre". Como dijo William Stanley Jevons en Principles of Science, que los economistas no sean... mirados como criaturas de sangre fría privados de los sentimientos ordinarios de humanidad.
Más recientemente, el premio Nobel de Economía 2008 Paul Krugman, en su libro El retorno de la economía de la depresión y la crisis actual (Crítica), finaliza su análisis sobre la crisis financiera aduciendo: "No alcanzaremos el grado de comprensión necesaria a menos que estemos dispuestos a reflexionar claramente sobre nuestros problemas y a seguir nuestros pensamientos allá donde nos lleven. Hay quien dice que nuestros problemas económicos son estructurales y que no tienen solución a corto plazo, pero los únicos obstáculos estructurales importantes para la prosperidad del mundo son las doctrinas obsoletas que pueblan la cabeza de los hombres".
Ramón Casilda Béjar es profesor del Instituto de Estudios Latinoamericanos (IELAT) de la Universidad de Alcalá.
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