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Columna
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Lo peor de lo peor

Pudo haber permanecido en silencio, como venía haciendo desde la seria derrota en las elecciones autonómicas de mayo, pero ha preferido hablar y con ello ha despejado definitivamente las dudas. La entrevista concedida el pasado domingo a EL PAÍS por Jorge Alarte, secretario general del PSPV, confirma que nada tenía que decir, excepto lugares comunes sobre la debacle de noviembre, después de haber atribuido la anterior a la ola de desafección al Gobierno de Rodríguez Zapatero.

Ya sabíamos que las derrotas son huérfanas. La facilidad para atribuirlas al ciclo económico y a los errores ajenos deja bastante mal parada la capacidad dirigente de quienes ocupan puestos ejecutivos y los han ejercido con un notable personalismo. Suyas fueron decisiones como la confección de las listas a las Cortes y la renovación de los diputados provinciales, en buena medida también a las Cortes, y había sostenido que asumiría las consecuencias con valentía, la cualidad que había convertido en lema. No todos, por lo visto, somos esclavos de nuestras palabras. De eso se quejaba, entre otras cosas, el movimiento del 15-M, de la banalización de la política y la actitud de ciertos políticos cuando sostenían: "No nos representan".

Listas grises para tiempos sombríos. Orientaciones erráticas. Silencios clamorosos. Pulso débil. Apelación a responsabilidades colectivas en la hora de los fracasos, que es una de las modalidades más indecorosas de eludir las responsabilidades individuales. Pues no se sabe si el fracaso colectivo es el de la sociedad, acusada de ignorar a quienes han acreditado su falta de liderazgo social y una notoriedad pública insignificante.

Sostuvo Rubalcaba que si en las actuales circunstancias el Partido Popular no ha sido capaz de mejorar en España el número de votos obtenidos en 2008, a partir de aquí solo podía decrecer. Parafraseándolo, en la actual situación de la Comunidad Valenciana, con un candidato a la presidencia de la Generalitat procesado por corrupción, al igual que un número elevado de sus compañeros, con un presidente, el actual, cualquier cosa menos brillante, cooptado desde Madrid por procedimiento de urgencia, es difícil pensar que el PSPV tendrá una oportunidad mejor para demostrar que es una auténtica alternativa de gobierno. En su lugar, ha cosechado las peores derrotas desde la instauración de la democracia, sin consecuencias aparentes.

Muchas personas, aún las que en 2011 han dado la espalda a sus candidatos, necesitan un PSPV reconstituido y con ideas claras. También con liderazgos sólidos que no amparen sus ambiciones en amenazas de un regreso a la inestabilidad de 1995, situación de gestoras, conviene recordarlo, en la que se obtenían diez puntos más de voto.

El método en la recomposición del socialismo valenciano importa a sus militantes pero importa mucho más a esa parte de la sociedad que desea políticas de progreso, la defensa de valores cívicos, la protección de derechos sociales, una actitud decidida ante los saqueadores de los bienes públicos y sus cómplices. Interesa mucho más que la promesa de una futura mayor participación en la selección del candidato socialista a presidir la Generalitat y otros subterfugios por el estilo.

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Lo peor de lo peor no es la situación financiera de la CAM, que dijera el gobernador del Banco de España, ni el sistema de corrupción que en años pasados se apoderó de la Comunidad Valenciana y conserva el timón de las instituciones más señeras. Lo peor de lo peor es dejar sin esperanza a quienes carecen de trabajo, sin participación a los jóvenes no profesionalizados por la política en su juventud, sin crédito a la pequeña y mediana empresa que concentra el empleo, sin pago a los proveedores, sin laboratorios a los científicos que buscan solución al cáncer y a otras enfermedades, sin voz a los ciudadanos. Lo peor de lo peor es dejar sin una alternativa creíble de gobierno a una mayoría potencial de progreso frente a la derecha actual y a la que viene.

José A. Piqueras es historiador y coautor de El secuestro de la democracia. Corrupción y dominación política en la España actual (Akal, 2011).

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