Idilio roto en Rusia
Lo que resultaría envidiable para cualquier partido en una democracia genuina, casi el 50% de los votos en una elección parlamentaria, representa un abultado revés para un decorado democrático como el que funciona en la Rusia de Vladímir Putin. Porque las elecciones del domingo eran un referéndum sobre Putin y el partido del Kremlin, la pérdida de 77 escaños por Rusia Unida respecto de hace cuatro años, junto con el cúmulo de irregularidades y la grosera falsificación del voto en numerosos lugares -denunciados por la OSCE, el Consejo de Europa y la única organización local independiente- significan una clara desautorización del hombre fuerte de Rusia, cuya popularidad no ha dejado de caer en los últimos meses.
El partido oficialista tendrá la mayoría simple en la Cámara baja del Parlamento, pero ya no los dos tercios que le permitían manejar a su antojo la Constitución. Y el jefe del Gobierno, que se dispone en marzo a reocupar la presidencia rusa, tras el pacto con su fiel escudero Medvédev, lo hará con una legitimidad abiertamente menguada, especialmente por el voto de las grandes ciudades.
El mayor revés electoral de Putin desde que llegara al poder en 1999 resulta de una amplia mezcla de ingredientes. Los fundamentales son la percepción ciudadana de un sistema extraordinariamente corrupto y arbitrario (pese a las reiteradas promesas reformistas del presidente Medvédev), el estancamiento económico de los últimos cuatro años y la burla que ha supuesto el anuncio, en septiembre, de que el tándem Putin-Medvédev intercambiaba sus cargos. La posibilidad de que el putinismo controle Rusia hasta 2020 resulta excesiva incluso en una autocracia disfrazada.
Está por ver si, roto el idilio, Putin, llegado de nuevo a la presidencia, asume como prioridades fomentar la genuina competencia política y sanear un régimen viciado, es decir, democratizar Rusia. Ni su historial ni el poder en juego permiten esperarlo.
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