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Columna
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Europa es Casa Montaña y Congo

Mientras haya cafés, la idea de Europa tendrá contenido. Lo dice George Steiner, a cuyo opúsculo La idea de Europa vuelvo de nuevo, apenas un mes después de recordar que sin Grecia no hay Europa. Son dos de sus grandes axiomas para definir lo que significa el contenido histórico del Viejo Continente. Una idea que se completa con otros cuatro ítems: un paisaje a escala humana y transitable; las calles que llevan los nombres de artistas, científicos y artistas del pasado; la herencia de Jerusalén; y la autoconciencia de su hundimiento bajo el paradójico peso de sus conquistas.

Conscientes de que la reconstrucción de esta Europa que se hunde ha de ser moral y política, tal vez el rearme ideológico tenga que regresar a los modestos púlpitos de los cafés y de las bodegas. El café, recuerda Steiner, "es un lugar para la cita y la conspiración, para el debate intelectual y el cotilleo, para el flâneur y para el poeta o el metafísico con su cuaderno". Indisolublemente unidos a los cafés están la Venecia de Casanova, el Milán de Stendhal, la Viena de Freud y de Karl Kraus, el París de Baudelaire, de Danton, de Sartre y Simon de Beavoir, o la mesa de Génova en la que Lenin escribía y jugaba al ajedrez con Trotski. Porque el café, dice Steiner, es también un club, una masonería de reconocimiento político o artístico literario y de presencia programática.

En Valencia, los nuevos bárbaros han arrasado muchas de estas especies de espacios, que el sabio Foucault calificó de heterotópicos. El Ideal Room de la calle de la Paz, que albergó lo más granado de la República, es desde hace años una tienda de lencería fina. La Cervecería Madrid, el café de nuestra juventud perdida, ha sucumbido víctima de la avaricia pija de sus últimos propietarios. Afortunadamente, se consolidan algunos nuevos. Como el Ubik Café o el Slaugther, en Russafa, y se mantienen en el centro algunos clásicos contemporáneos como el Lisboa, o el Tertulia, entre otros.

Pero hay dos que merecen especial atención. Uno está en la frontera entre el Ensanche y Russafa, el bar Congo, al que la conjunción de la diseñadora Lina Vila y del hostelero Gustavo Gardey le ha devuelto todo su esplendor. Un café, en el que mientras las señoras hacían punto, conspiraba Alfonso Goñi, o lanzaba una de sus peroratas Emili Gisbert. Ahora bulle de nuevo. El otro, en El Cabanyal, es la centenaria bodega Casa Montaña, un lujo donde Emiliano y Alejandro García han añadido excelencia a la tradición. Un hermoso espacio que simboliza El Cabanyal a salvar. Un Cabanyal moderno y humano, culto y popular, que podría ser y no le dejan ser. Ineludible.

La crisis ha hecho estallar muchas pompas de jabón. Somos humanos y ese gran café planetario que es Internet necesita también de la vivencia de nuestros viejos cafés europeos. Más allá de lo que el viernes decidan Merkel y Sarkozy, siempre nos quedará un viejo café en el que juntarnos y ponerlos a parir. http://twitter.com/manuelperis

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