Macbeth y el síndrome del miembro fantasma
La obra escocesa de Shakespeare es un dédalo poético en el que se extraviaron multitud de directores ilustres y de grandes actores: los británicos piensan que está gafada. John Gielgud enumera una larga serie de desgracias sucedidas cuando la montó, y la compañía de Declan Donnellan, que la hizo en el Matadero hará dos años, tenía un curioso ritual para exorcizar el mal fario cuando algún descuidado decía "Macbeth" en lugar de "la obra escocesa", denominación eufemística extendida en la Pérfida Albión.
Leída, Macbeth resulta tan sugestiva y vibrante que es difícil concebir una puesta en escena a su altura. La imaginación lectora vuela allí donde la mayoría de los montajes se estrellan: en las escenas de las brujas, durante el monólogo frente el cuchillo espectral, con la aparición del fantasma de Banquo, la ascensión del bosque animado hacia el castillo y el duelo a muerte entre el tirano y Macduff. Polanski rodó una versión fílmica inolvidable, plena de fantasmagorías pero sin perder aliento teatral. Helena Pimenta hace el recorrido inverso: echa mano del cine en 3-D para recrear sin trabas las múltiples apariciones sobrenaturales y las de una miríada de personajes secundarios.
MACBETH
Autor: Shakespeare. Intérpretes: José Tomé, Pepa Pedroche, Óscar Sánchez-Zafra... Dirección del coro: Juan Pablo de Juan. Dirección: Helena Pimenta. Teatros del Canal. Hasta el 18 de diciembre.
La ilusión de mixtura entre realidad y pesadilla que producen tales proyecciones es notable, y su integración con los actores de carne y hueso está muy conseguida. También causan impresión los fragmentos de la ópera verdiana homónima que interpreta el Coro de Voces Graves de Madrid, parte del cual canta en vivo sobre las voces grabadas de sus compañeros, con buen efecto: cuando recitado y canto se superponen, el montaje cobra aliento épico.
Para que lo proyectado adquiera volumen, una pantalla traslúcida parte el escenario en dos mitades, creando un delante y un detrás, de modo que en varias escenas cruciales los personajes se ven impelidos a hablar entre sí desde ambos lados, sin contacto físico, a una media distancia que templa en exceso sus emociones y diluye la intensidad del instante. Sin ese velo tecnológico de por medio, Pepa Pedroche y José Tomé negociarían mejor el desasosegado diálogo entre lady Macbeth y su esposo, cuando vuelve de asesinar a Duncan.
Tomé crea un Macbeth de hechuras torvas, velado y quebradizo, rumiador nato, pero sin ímpetu asesino, que salpica sus parlamentos de pausas en lugares excéntricos (entre pronombre y nombre, por ejemplo): solo con cambiar esto último su trabajo crecería exponencialmente. Pedroche resuelve con empuje y una prosodia impecable un papel alejado de los que suelen encomendarle, casi a contratipo. Entre el resto de reparto destaca el contundente Banquo de Javier Hernández Simón. En resumen, un montaje interesante en donde los personajes en 3-D se sienten sin estar, como un miembro fantasma.
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