La búsqueda del vacío
La crisis ha pasado factura. Pero no toda la factura electoral se debe a la crisis. La paga quien tiene ahora el poder y, si dura, los siguientes también sufrirán sus efectos devastadores. Esta es una primera y buena explicación de la derrota socialista del 20N. Está empíricamente demostrado que todos los gobiernos europeos han ido cayendo desde que empezó el vendaval. De lo que se deduciría que si la Gran Recesión persiste, los vencedores de hoy pueden ser los derrotados del mañana y viceversa. Esta es una tesis débil, en todo caso insuficientemente fundamentada, porque falta terminar el experimento: para verificarla deberán perder el gobierno partidos que lo alcanzaron por la crisis, y además deberán ser formaciones conservadoras, porque la realidad es que han sido mayormente las socialdemócratas las que se han pegado el batacazo.
Después de Cataluña, Barcelona y España, ya solo queda el cuarto peldaño de las elecciones andaluzas para evitar el fondo
Que sea la crisis la responsable, la única que no puede presentar la dimisión en tal caso, según malintencionada chanza de Rodríguez Ibarra, no quiere decir que baste la crisis para explicar la derrota. Ahí está esa nueva responsable llamada "la gestión de la crisis". A ella pertenece un capítulo menor como es el de la comunicación: a pesar de la importancia que le dan quienes se ocupan profesionalmente de ella, roza el ridículo la justificación de los fracasos por los fallos en la transmisión de los argumentos al público. Quien no sabe explicar sus ideas debe revisar urgentemente tanto sus ideas como su capacidad para generar ideas nuevas.
La gestión de la crisis va más allá de la comunicación y empieza a rozar el hueso de esta amarga aceituna. Quizás la crisis es ingestionable y está destinada a estallar en las manos que la conduzcan. Quizás es ingestionable desde la izquierda. Recordemos el mantra inicial, cuando esa Gran Recesión solo empezaba a asomar el morro. Había que gestionarla de forma que no fueran los más desfavorecidos quienes la pagaran; evitar que fuera aprovechada por los pocos de siempre para obtener sus pingües beneficios; garantizar la equidad y el Estado de bienestar. Los resultados hablan por sí solos y no admiten ni mejora de comunicación ni matices en la gestión: nadie es capaz de encontrar explicación al contraste entre las ayudas a los bancos y cajas, con sus directivos ricamente indemnizados, con la pérdida de derechos de los trabajadores; o las rebajas de impuestos con el recorte de prestaciones.
La gestión de la crisis desgasta en todo caso a los partidos cuyos programa e ideología están en contradicción con los remedios que la crisis exige. Los partidos de programa más impreciso y descomprometido, acogidos a una nebulosa gestión pragmática y conservadora de las cosas, tienen mucho ganado, porque sus márgenes de acción son inmensos. Los socialdemócratas lo tienen muy difícil, porque son formaciones de mayor definición y se han visto obligados a realizar una cosa y la contraria, en definitiva, a desmentirse y descalificarse a ellos mismos. Este oxímoron político, que impide hacer campaña defendiendo el balance del Gobierno, tiene un nombre, Rubalcaba.
Si no es la crisis, si no es su gestión, no bastará entonces con salir del atolladero, sino que se exigirá una revisión a fondo de las responsabilidades y un análisis sin piedad de las causas de la derrota. No bastará con criticar la campaña. Habrá que remontarse más atrás. En cómo se han hecho las cosas, los relevos por ejemplo. Pero también en darle vueltas a las ideas más elementales. En ver qué queda del proyecto y de las ideas socialdemócratas, cuáles tienen vigencia y utilidad y cuáles merecen pasar a mejor vida.
Los partidos, como la naturaleza, tienen horror al vacío. Nadie puede esperar razonablemente que se hurgue hasta las últimas consecuencias en las causas de la derrota. Para evitarlo ahí está la esperanza probablemente engañosa de las elecciones andaluzas. Esta derrota de ahora la gestionarán los mismos o parecidos equipos con idénticas o similares ideas. Después de perder Cataluña, Barcelona y España, es muy posible que haya que esperar al cuarto peldaño andaluz, que toca al corazón del corazón del socialismo, para que llegue al fin el momento de la verdad. A veces es preciso alcanzar el vacío para abrirse a un nuevo comienzo.
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