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El contrapunto británico-alemán

Timothy Garton Ash

Ella dice más Europa. Él dice menos Europa. ¿Cancelamos todo? Hace unos días, los dirigentes de Alemania y el Reino Unido ofrecieron sus respectivas soluciones a la que es sin duda una crisis existencial del proyecto europeo posterior a 1945. El viernes, se reunieron en Berlín con la intención de salvar sus diferencias, en busca de un milagro en el río Spree.

Durante su discurso en un banquete ofrecido por el alcalde de Londres, David Cameron evocó una Europa "con la flexibilidad de una red, no la rigidez de un bloque". "Los escépticos", afirmó, "tenemos razón en un aspecto fundamental. Debemos mirar los planes grandiosos y las visiones utópicas con escepticismo". Esta crisis ofrece una oportunidad, "en el caso de Reino Unido, para recuperar poderes, en lugar de ver cómo siguen alejándose... y para que la Unión Europea preste atención a lo que verdaderamente importa". En resumen: menos Europa.

Si Berlín quiere salvar la eurozona debe ser más flexible y dejar al BCE que ayude a los países en dificultades
¿Qué visión tiene Cameron de una "Europa británica"? Pura palabrería

"La tarea que debe cumplir nuestra generación", dijo Angela Merkel en la conferencia de su partido en Leipzig, "es completar la unión económica y monetaria en Europa y crear, paso a paso, una unión política". Si a Europa no le va bien, a Alemania no le puede ir bien, y Europa se encuentra "tal vez en su momento más difícil desde la II Guerra Mundial". La respuesta debe ser "no menos Europa, sino... más Europa". Alemania debe dirigir el camino hacia esta "política interior europea" con medidas que incluyan las sanciones automáticas para los miembros de la eurozona que no puedan o no quieran mantener sus asuntos fiscales en orden. Ah, sí, y además un impuesto sobre las transacciones financieras, "al menos en la zona euro".

Hay que dejar muy claro que Alemania no ha buscado este papel de líder. Cuando se mira desde la estación central de Berlín hacia la Cancillería Federal y el Reichstag se ve, en un edificio situado entre ellos, la bandera suiza. Es una casualidad histórica (el edificio es la Embajada suiza, que se negó cortésmente a trasladarse después de la unificación alemana), pero también un símbolo muy adecuado. Lo que quieren hoy los alemanes, en su mayoría, es que les dejen en paz para hacerse ricos y vivir su vida; en otras palabras, ser una Gran Suiza.

Y aquí llega lo irónico. La unión monetaria europea, cuyo objetivo (sobre todo por parte de Francia) era mantener a la Ale

-mania unificada atada al resto de Europa, es la que ahora prácticamente obliga a Alemania a imponerse y decir a otros países europeos lo que tienen que hacer. Porque los alemanes alegan una cosa razonable: si vamos a rescataros (a Grecia, Portugal, Italia, quizá, dentro de no mucho, Francia), sacándolo de los superávits que tanto nos ha costado acumular, entonces tenemos derecho a imponeros condiciones. Si no, nos arrastraréis a una ciénaga de deuda, déficit e inflación.

En alguna ocasión he oído a la propia Merkel explicar el dilema alemán en relación con Europa de la siguiente manera: si no dirigimos, nos acusan de falta de compromiso con Europa; si lo hacemos, nos acusan de ser unos mandones. Merkel lleva dos años soportando la primera acusación; ahora se enfrenta a la segunda. Haga lo que haga, nadie va a estar contento.

Así que agradezco que haya presentado ahora una visión alemana de hacia dónde tiene que avanzar Europa. Lo malo es que esa visión tiene dos problemas: uno de estilo y otro de sustancia. El problema de estilo se debe, no a Merkel, sino a otros miembros de su partido. Algunos hemos podido comprobarlo en conversaciones privadas, y ahora lo hemos oído en público, en un discurso pronunciado por el líder parlamentario de los democristianos, Volker Kauder, el día de clausura de la conferencia de su partido. No es extraño que la noticia llegara a las primeras páginas de los periódicos británicos del miércoles. El periódico de masas The Daily Mail publicó un gran titular: "¡Europa habla alemán!", que completaba con la obligada referencia a Goebbels en una página interior.

Si quieren, pueden ver el discurso entero en YouTube (www.youtube.com/watch?v=eUeuCIe9vkQ&feature=player_embedded#!). Para ser justos, hay que advertir que es un discurso de los de "arengar a los fieles", que es siempre un género muy grandilocuente. Aun así, su tono es insufrible. Después de soltar esa frase de la que seguramente acabará arrepintiéndose -"Ahora todos hablan alemán en Europa, no de palabra, sino mediante la aceptación de los instrumentos por los que Angela Merkel lleva luchando tanto tiempo"-, Kauder continúa dando lecciones, con una arrogancia y una superioridad moral extraordinarias, e intimidando a británicos, franceses, griegos (¡nunca deberían haber entrado en la eurozona!) y turcos (da muestras de mala educación al referirse al primer ministro turco llamándole solo "Erdogan"). En alemán, tonterías se dice Kauderwelsch, pero ahora nos hace falta una nueva palabra, kaudern, "Kauderear", que signifique llevar el lenguaje propio de una juerga nocturna a la escena política europea.

Este tono ya sería de por sí malo si la receta política de Alemania para salvar la eurozona fuera totalmente acertada. Pero es que además no lo es. Solo tiene razón en un 70%, un porcentaje que, en un mundo de pánico en los mercados, puede convertirse de pronto en un 100% de error. En una reunión del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores celebrada en Varsovia la semana pasada, varios oradores llegados de todos los rincones del continente se levantaron para explicar lo que están diciendo prácticamente todos los economistas de fuera de Alemania. Si Berlín pretende salvar la eurozona, debe mostrar más flexibilidad y permitir al Banco Central Europeo que ayude a los Gobiernos en dificultades (aunque solo sea de manera indirecta, prestando al nuevo instrumento europeo de estabilidad financiera) y el uso, al menos provisional, de eurobonos garantizados individualmente y por separado, tal como sugiere el propio consejo de asesores económicos de Alemania. Si no, es posible que no quede ninguna eurozona que salvar.

Aun así, por lo menos Merkel ofrece una versión articulada de una "Europa alemana", cuyos defectos podemos señalar. ¿Qué visión tiene Cameron de una "Europa británica"? Por el momento, pura palabrería. Denuncia las "visiones utópicas", pero no dice cómo funcionaría su propia visión utópica de una "Europa en red". Uno de sus partidarios más elocuentes, Daniel Finkelstein, escribe en The Times que esta Europa sería más parecida a Microsoft que a los sistemas cerrados de Apple. ¿Qué demonios quiere decir? ¿Cómo defendería esa "Europa en red" las ventajas que Reino Unido quiere mantener, sobre todo las del mercado único? ¿Cómo se relacionaría la "Europa en red" con una eurozona más integrada? ¿Quién sería la voz de la "Europa en red" en unas negociaciones con China?

Por eso estoy de acuerdo con el veterano euroescéptico Charles Moore cuando escribe en el semanario británico conservador The Spectator que Cameron debería aprovechar este momento para detallar sus ideas sobre Europa. De no hacerlo, todos los europeos pensarán que el líder británico, en realidad, no tiene estrategia más que para Reino Unido, un país en el que, según un sondeo de ICM, el 49% de sus ciudadanos quiere salirse de la UE. O pensarán que tiene algo todavía más restringido: una mera táctica para evitar que su coalición tripartita (demócratas liberales, conservadores y euroescépticos) se deshaga por culpa de "Europa".

Propongo, pues, una modesta idea para animar la próxima reunión del Consejo Europeo, el 9 de diciembre. Durante la cena, que Merkel presente su visión de la Europa alemana (para ser más diplomáticos, la visión alemana para Europa). Que Cameron presente su Europa británica. Luego, que los demás líderes decidan, en votación estrictamente secreta, de cuál preferirían formar parte. Después, como es natural, habría que filtrar el resultado; pero de que se filtrará, incluso en estos tiempos de incertidumbre, podemos seguir estando seguros.

Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, investigador titular en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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