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Columna
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Una fuerte lluvia

Carlos Boyero

A falta lamentablemente de ilusiones democráticas ni conciencia cívica, sin la paz que puede donar el creer en alguien de los que hoy compiten, sin poder enviar una rosa a ninguna Rosa, me consuelo con la voz de Leonard Cohen recordándome: "Me sentenciaron a 20 años de aburrimiento por intentar cambiar el sistema desde dentro. Ahora vengo a recompensarlos. Primero tomaremos Manhattan. Después Berlín". No conquistaré nada, ni tuve la inútil osadía de querer cambiar algo indestructible de lo que formo parte, pero el que no se consuela es porque no quiere. Pero siempre he creído y ahora más en la venenosa certidumbre de Dylan, cuando todavía no existían los zarrapastrosos indignados del 15-M: "Porque algo está pasando aquí, aunque no sabes qué es. ¿No es así, Mister Jones?".

En la noche del viernes paso por el restaurante de un amigo de toda la vida, alguien cuya generosidad y sabiduría no solo me alegró el cuerpo con sus viandas y sus vinos, sino también el alma, para regalarle el cofre de The wire. Está lleno. Dos bellezas eslavas y hombres que te recuerdan a la corte de Abramovich. El Vega Sicilia único les está esperando. Salgo a la calle y noto la cercanía de la soledad, ese temible asaltante nocturno. También tengo hambre. Me acerco a los restaurantes y bares de mi barrio que suelo frecuentar. Veo que todos están llenos. A la cama sin cenar. ¿Dónde está la crisis, quién la está pagando? Ellos, los de siempre, no. Yo tampoco.

Veo los carteles publicitarios en las marquesinas. Los vampiros pijos de Crepúsculo, nada que ver con el conde, ahora protagonizan Amanecer, ese eterno acto de afirmación. Me cuenta que ahora incluso follan, ya que se han casado. Rajoy también vende el amanecer. Hoy lloverá. Siempre Dylan: "Es fuerte, es fuerte, es muy fuerte la lluvia que va a caer".

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