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Columna
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No sabemos dónde está el fondo

Leo en The Nation, la revista de los progresistas estadounidenses, un artículo de María Margaronis acerca de Grecia: "No son solo los pobres los que están sufriendo ahora. La corrosión ha entrado profundamente en las clases medias. Todo el mundo conoce a alguien que ha perdido su trabajo. Trabajadores públicos, desde los barrenderos hasta los médicos, han visto recortado un 30% sus salarios. En el corazón de Atenas, los carteles de 'Se alquila' están por todas partes; las tiendas están cerrando o haciendo rebajas por liquidación, devastadas por la crisis y por las olas de protestas en las calles, que dejan tras de sí ventanas rotas y pavimentos destruidos. Comprar oro para exportar es una de las mejores empresas: un joyero me cuenta que incluso los antiguos ricos están vendiendo sus anillos de boda. Muchos, si pueden, dejan Grecia por Europa, o Australia. Hay una hemorragia de jóvenes instruidos. Si uno pregunta a los que se quedan cómo imaginan su futuro responden 'no lo imagino' o 'estoy preocupado por los niños'. El problema es que, dicen, no hemos tocado fondo. No sabemos dónde está el fondo. Esto es solo el principio".

Es seguro que vamos a una España otra vez dividida socialmente, con gran desigualdad

Ese artículo podría referirse a España casi palabra por palabra. Tal vez la diferencia estriba en que aquí se ha instalado un raro clima de expectación. Todo parece estar en suspenso, a la espera de que el PP gane las elecciones. Cuando eso ocurra, y las primeras medidas comiencen a tomarse, tal vez saldrá del fondo de las gargantas un suspiro de liberación de la tensión contenida. Tal vez entonces empecemos a saber por fin a qué atenernos. Cuánto vamos a empobrecernos. Y por cuánto tiempo. Es una situación que rompe con las expectativas que nos habíamos forjado durante generaciones y que está siendo tomada con extraña tranquilidad. Es posible que la gente no se lo crea todavía, que le parezca un sueño irreal, o que seamos unos inconscientes, es difícil decidirlo. Pero es seguro que vamos a una España otra vez dividida socialmente, con gran desigualdad.

El precariado fue el primero que registró la fuerza sísmica del acontecimiento. La base social del 15-M es esa gente de clase media, con estudios superiores, que, aunque nutrían las filas del mileurismo, pensaban que al final se estabilizarían en posiciones estables y mejor pagadas. Ellos entendieron mejor que nadie que lo que viene será un enorme tajo a sus expectativas. Perdurar hasta la vejez en los bajos salarios y la incertidumbre laboral y vital. Es un golpe enorme, también moral, cuyos efectos se irán decantando con el paso del tiempo. En la radio hemos podido oír esta disyuntiva a un analista financiero: "O seguir en el euro, y empobrecernos entre un 10 o un 20%, o romper con él y hacerlo entre un 50 y un 70. Los salarios, por supuesto, bajarán". Que la gente no ruja con sus protestas es preocupante. Incluso que se cuestione el euro. Al final, es mejor que el desacuerdo con los dictados del capitalismo financiero -se condenan países para salvar bancos- se exprese políticamente a que lo haga mediante la desagregación social -el modelo anglosajón tan injusto, pero tan celebrado por los conservadores.

En fin, no sabemos dónde está el fondo. Algunos confían en que, por un acto mágico, la victoria del PP pueda restañar los males. Ojalá fuera cierto. Ojalá Rajoy y los suyos tuviesen éxito. Pero lo cierto es que lo previsible es que entremos en recesión, que el paro siga subiendo y que la degradación de la sanidad, la educación y otros bienes públicos inicie una curva de no retorno. Lo que suceda con el euro ya lo dirá la señora Merkel. De ahí que la mayoría electoral del PP puede disolverse con gran rapidez, no tanto como la evaporación del electorado del PSOE desde mayo de 2010 -y tal vez también del BNG, si el CIS tiene razón- pero sí a una gran velocidad. El PP ha hecho creer que bastaba con que ganase para que volviese el crecimiento. El desencanto de los electores puede generar un efecto búmeran y un repunte muy fuerte de la izquierda. Ahora mismo, algo bulle en la olla.

El escenario creará una gran volatilidad política, a derecha e izquierda, pero sobre todo en la izquierda. Podremos ver fenómenos de recomposición política que afectarán sobre todo al PSOE y, entre nosotros, al BNG. Si no son finos pueden entrar en barrena. España puede incluso entrar en algo muy parecido a un período constituyente. El PP se ha construido a sí mismo como el Partido de España, resucitando los tics nacionalistas de la España eterna, a costa de generar tensiones que pueden tornarse inmanejables con catalanes y vascos (Galicia está desaparecida, inmersa en el agujero negro del Gobierno Feijóo). No carecen de sentido las voces que, como la de Ignacio Sotelo, sugieren que entramos en otro ciclo y que el pacto constitucional está agotado. No sabemos dónde está el fondo. Esto es solo el principio.

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