Al camello, ni agua
Cuando trabajas en la tele, te acostumbras a hablar de la tele en voz baja. Por si acaso. Un comentario desafortunado en el lugar inapropiado puede ofender indirectamente a alguien a quien aprecias. Además, y lo que es mucho peor, el comentario puede acabar en el oído de alguien que, en el futuro, decida no contratarte por bocazas. Así que mejor hablar bajito. Es complicado, porque la televisión es una de las cosas más públicas que existe y lo normal es opinar a gritos sobre ella. Pero yo procuro no hacerlo. Lo que pasa es que, a veces, resulta sencillamente imposible. Hoy, por ejemplo, si me callo reviento.
El sábado pasado, dos millones de personas se sentaron delante del televisor a ver una entrevista generosamente remunerada a la madre del Cuco. Ya saben, el muchacho implicado en el asesinato de Marta del Castillo. Dos millones de personas. Todos ellos aparcaron sus escrúpulos en el felpudo de casa, se prepararon un bol lleno de palomitas y se acomodaron en sus sofás para ver la entrevista. No pretendo juzgarlas, intento no hacerlo, porque está claro que cada cual se mete en el cuerpo lo que quiere. El problema, como siempre, es el camello.
Explicaba el periodista Pablo Herreros en su blog con mucho acierto que era tan absurdo pretender que esos dos millones de personas dejaran de ver la entrevista como esperar que los colaboradores del programa abandonaran el plató, arrastrados por repentinos principios morales. Cuando la tele basura pone en marcha el motor, ya pueden caer cien damnificados de rodillas suplicando clemencia, que ese motor no se parará bajo ningún concepto. Sin embargo, lo más grave es que todos los participantes, activos y pasivos, se autoproclaman indefectiblemente testigos del circo. Nadie se digna asumir su parte de responsabilidad. Hasta ahora.
Pablo Herreros, indignado como muchos, buscó la manera de atajar el asunto. Asumiendo que ni púbico ni colaboradores eran un blanco realista, escribió una carta, una "petición respetuosa" a las marcas que se anunciaron durante la entrevista para pedirles que retiraran su publicidad de éste y otros programas que pagan a criminales y allegados por comparecer. Se trataba de cortarle el grifo al camello. Al camello, ni agua. La carta se propagó como se propagan las cosas buenas: a toda mecha. Empezó a recopilar firmas y más firmas. Sorprendentemente, las marcas empezaron a reaccionar. Yo confieso que daba por perdida la batalla contra este tipo de televisión, pero por fortuna me equivocaba. Marcas muy gordas y otras menos gordas han retirado su publicidad a este programa y se han metido automáticamente en mi cesta de la compra. Aleluya. Veremos cómo sigue la historia.
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