_
_
_
_
LA PARADOJA Y EL ESTILO | PROTAGONISTAS
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Un yogur para Papandreu

Boris Izaguirre

Las imágenes del último G-20 parecen pasadas por el Photoshop. Todos los superlíderes aparecen sin arrugas, planchadísimos. Berlusconi tiene el aspecto de Catherine Denueve la primera vez que se sometió a la técnica del hilo de oro, muy popular en los años noventa y que consiste en introducir un hilo de oro bajo la epidermis que la estira y sujeta como si fuera a conservarse en Fort Knox. Obama solo tiene una suave hendidura alrededor de los labios. Cameron recuerda a Barbara Cartland, aquella escritora de novelas románticas que fue madrastra de Lady Di. Y Merkel recuerda a un jugador de fútbol a punto de marcar un buen gol.

Puede ser el clima benigno y carísimo hospedaje de Cannes lo que les devuelve ese aspecto rejuvenecido, o seguramente que todo está tan arrugado que lo único que pueden hacer nuestros líderes es someterse al Photoshop.

Sarkozy siempre apunta a Papandreu con el dedo mientras el griego, desde las alturas, asume que tiene que tranquilizar al testosterónico pequeñín

Yorgos Papandreu es un hombre que no hemos analizado lo suficiente. Tan alto, tan bigotudo, tan galán de cine mexicano, llevando sobre sus hombros la tragedia griega. Hijo y nieto de presidentes de la República griega, que, como puede recordarse, ha tenido de todo en su historia: militares, reyes y ex reyes. De madre norteamericana, Papandreu también estudió en la Universidad en Massachusetts, y allí compartió alojamiento junto al actual líder de su oposición, Antonis Samaras. Es decir, un buen culebrón.

Cascarrabias, cuando todos le piden que pague, anuncia un referéndum ante los poderosos que, lógicamente, le doblan el brazo hasta que claudica. Cuando se le fotografía junto a Sarkozy estamos ante una reinterpretación de David y Goliat. El pequeño Sarkozy siempre le apunta con el dedo mientras que Papandreu le mira desde las alturas asumiendo que tiene que tranquilizar a ese testosterónico pequeñín cuyo país invirtió tanto en el suyo creyendo que estaba ante un nuevo chollo financiero.

En medio de la debacle, esta pareja es un motivo para esbozar una sonrisa. Da la sensación de que se aprovechan de esta casualidad para que Papandreu no se quede solo, alto y supervisible en esas reuniones donde nadie quiere hablarle.

En uno de esos momentos alguien debería ofrecerle a Papandreu soluciones para resolver la crisis. Una sería contratar a Kim Kardashian, una mujer con la belleza física de Inma Cuesta y el talento catódico de Belén Esteban, que acapara la atención de millones de estadounidenses con un reality que protagoniza junto a sus hermanas. Kim se casó este verano ante casi 30 millones de televidentes y recaudó 17 millones de dólares. Esta semana ha anunciado su divorcio. ¿Piensa Kim devolver el dinero que recaudó con la boda? No. Kardashian puede darle una lección a Papandreu: cuando dices no es no.

Reluce, como siempre, la presencia de Cristina Fernández, la presidenta de Argentina, en esta cumbre. Fernández se pasea como si fuera la viuda rica en una conferencia de poderosos descalificados por Moody's.

Papandreu podría aproximársele, caballeroso, recordando que, por cierto, una de las fortunas griegas mas célebres empezó precisamente en Argentina. Aristóteles Onassis emigró hacia ese país y empezó a hacer dinero comerciando tabaco en barcos. Onassis era feo, de un origen social más cerca de Sarkozy que al patricio Papandreu, pero también con ese algo extra que consiguió seducir a mujeres como su bellísima esposa Tina Livanos, a María Callas y a Jackie Kennedy, que finalmente lo sepultó. Onassis y Jackie fueron en los años setenta del siglo pasado el no va más del lujo y el esplendor. Jackie tenía una asignación de 30.000 dólares mensuales como señora Onassis que conseguía convertir, como la Kardashian, en 300.000. "Jackie está siempre decorando una casa en alguna parte del mundo lejos de mí", se lamentaba Onassis, mientras Callas, su verdadero amor, se convertía en una tragedia griega y perdía la voz.

Jackie era muy lista: se compraba colecciones enteras de Saint Laurent, pero luego las revendía secretamente en una tienda de Madison Avenue y percibía una lógica comisión por la reventa. El nuevo propietario compraba un atuendo seleccionado por la mismísima Jackie O. El encuentro de Papandreu con Cristina podría reactualizar toda esta energía y convertir la cumbre de Cannes en un nuevo panteón.

El yogur, como se sabe, es griego, y es también elemento importantísimo en la dieta de Mariano Rajoy, el ganador que acude a las elecciones casi como mero trámite. Rajoy se ha planteado a sus electores como "la luz al final de camino", que al parecer es lo que ven todos los que han estado en el mas allá y consiguieron volver.

El destino político de Papandreu parece avanzar en sentido contrario, pero los dos hombres continúan unidos por el yogur y el silencio. Papandreu calla siempre que puede en estos días de durísima crisis. Y Rajoy se entrena silencioso para el debate del lunes. Le imaginamos revolviendo su yogur griego y dejándose llevar por la cremosa curiosidad, sin afán cotilla, de saber cuántas y cuántos gais formarán parte del nuevo Gabinete. Y quiénes estarán fuera del mismo.

Cuando ya no encuentre nada en el fondo del vasito, ni en el fondo de sus dudas, se girará hacia la tele encendida a la derecha. Y allí, en vez de luz al final del camino, encontrará a Papandreu devolviéndole la mirada.

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_