Máxima es grande
Hay que tener mucho aplomo para llamarte Máxima de los Países Bajos, ir todo el santo día con Su Majestad tu suegra pegada a la chepa y salir siempre en las fotos conjuntada de arriba abajo con unos estilismos de caerte de espaldas y más contenta que unas pascuas. Como si te lo pasaras bomba ejerciendo de heredera consorte de un reino de guiris a miles de kilómetros de tu pueblo, vamos, el planazo del siglo. Será porque es argentina del mismo Buenos Aires, pero a Máxima Zorreguieta le sobra autoestima, facha y estilo para eso. Y unos kilitos de más que ha cogido últimamente y no se quita ni a tiros, todo hay que decirlo. A pesar de que cumplió los 40 en mayo y que el Parlamento acaba de recortarles el sueldo un 4% a ella y a su marido el príncipe Guillermo, con Máxima no hay ni recesión ni crisis de la mediana edad que valga. La chica está de buen año, y yo que me alegro.
Soy de las que opinan que la monarquía está obsoleta, pero ya que los tenemos a cuerpo de reyes, por lo menos que den juego. Máxima no defrauda, aunque le haya salpicado este verano un caso de fraude fiscal por no sé qué de una casa en Mozambique. Desde entonces, vete tú a saber si por lavar su imagen, Máxima está que se sale. De simpática. Y de los trajes. Solo hay que verla reventando las costuras en su viaje oficial a las Antillas. Hasta cinco sombreros, pamelas y bonetes del rojo coral al verde loro le he contado así por encima, por no hablar de una máscara de plumas tipo Norma Duval en el Folies Bergère. Si eso no es sacarse partido, que venga Sarah Jessica y lo niegue. Máxima sabe lo que vende, para algo era un hacha de las finanzas hasta que vino el niño Orange y la retiró del mercado.
Después de 10 años de matrimonio, Guillermo aún babea por ella, no hay más que ver cómo la mira. Para mí que esos dos se lo montan de vicio y no solo cara a la galería, como otros. Hasta se dan un aire, los dos tan risueños, tan lustrosos y tan sanotes. Él está un poco fondón de más, pero Máxima es muy grande. A los hombres les gusta porque tiene de todo y por su orden. Y a las mujeres, porque la vemos como una de las nuestras, con esos brazos de mesonera, esas caderas de haber parido a tres criaturas, y ese poquito de papada que le sale cuando se parte con las gracias de su suegra la reina.
Mientras Beatriz abdica o no abdica, Máxima es la alegría de la huerta de las princesas europeas.
A su lado, por muy altezas serenísimas que sean, Matilde, Victoria, Mette-Marit, Mary y Letizia tienen careto de estar aguantándose un ataque, no se sabe si de nervios o de estreñimiento. Y eso que Máxima empezó con mal pie por plebeya, forastera e hija de un ministro de Videla. Pero, en vez de achantarse, sacó pecho y ahora es la más popular de la familia. Ella y no otra fue quien se puso por montera unos tocados de escándalo años antes de que el ortodoncista de Kate y Pippa acabara de arreglarles los piños a las niñas Middleton.
Todavía hoy no hay otra royal que lleve como ella esos pamelones parabólicos que ríete tú de la paellera del anuncio de Fairy. No sé qué hace Rita Barberá que no la nombra Fallera Mayor Honoraria y la invita al balcón del Ayuntamiento de Valencia a encender la mascletá de marras. Yo seré una petarda, pero lo de Máxima es de traca.
Babelia
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