¿Pueblo de bueyes?

He de confesarlo: se me cae la cara de vergüenza cada vez que escucho hablar a un político, sea comunitario, nacional o europeo. A veces, me sumo en negros pensamientos al considerarme miembro de una sociedad que no reconoce la farsa que está viviendo. ¿Es que la sociedad española se encuentra tan extraviada que ha perdido su capacidad de discernir? ¿Estamos tan entumecidos que no somos capaces de reaccionar ante la mentira? Una cosa sí que tengo clara: si los políticos viven de nuestros votos, la solución sería bien sencilla: no votar. Si el 20-N el porcentaje de votos descendiera por debajo de la mitad del censo, los diputados quedarían deslegitimados y tendrían que empezar a buscarse otro cuento del que vivir. Sería el momento de recuperar todo el protagonismo que los políticos nos han robado.

Repaso Vientos del pueblo y evoco la demoledora frase de Miguel Hernández: "No soy de un pueblo de bueyes". No sé por qué los seres humanos atribuimos a los reflexivos bueyes esa obstinada sumisión, esa terca obediencia. Seguro que un buey, desde su impuesta condición de animal de tiro, se habría percatado antes del engaño y jamás se habría dejado degradar tanto como nos hemos degradado nosotros.