Alberto García Domínguez
El peatón se asoma al interior del vehículo y espeta: "¿Y gratis por qué?". La escena, registrada por una discreta cámara de vídeo, discurre un día de 2009 en la pequeña localidad napolitana de San Potito Sannitico. Para el "chófer", Alberto García Domínguez, es algo frecuente en su jornada "laboral", que comienza invariablemente en la parada oficial de su "taxi gratis", perfectamente rotulado al efecto. En cambio para el desconcertado potitesi, cuyo pueblo por carecer carece hasta de transporte público, el ofrecimiento esconde un no-se-qué de invitación a ser cómplice de una impostura, como no puede ser de otro modo cuando un artista reclama de un espectador que le reconozca el estatuto de desinteresado.
Alberto García Domínguez
Centro de Arte La Regenta
León y Castillo, 427. Las Palmas
Hasta el 25 de noviembre
Y es que no están los tiempos como para dejarse embaucar por el primero que viene regalando viajes gratis en taxi como quien regala caramelos a las puertas de los colegios. Y bien que lo debería saber AGD, que compagina su desempeño como artista con su trabajo en una oficina bancaria española, en la que, como en todas las oficinas bancarias españolas, los superiores recuerdan habitualmente a los subordinados que "lo que no son cuentas son cuentos". Aunque, a decir verdad, según lo que acreditan las imágenes captadas por las cámaras de seguridad, su oficina no es exactamente como las demás oficinas. Un día unos músicos irrumpen en ella, despliegan profesionalmente sus atriles y partituras, interpretan estupendamente la canción Money, money, mientras el director de la oficina los exhorta a marcharse y los amenaza con llamar a la policía, y con la misma recogen sus pertrechos y abandonan serenamente el local. Y otro día un cliente habitual al que se le ha denegado un préstamo, se baja la cremallera de sus pantalones, saca su pene y se pone a orinar en medio de la oficina, para marcharse más desahogado, en un acto que AGD nos invita a calificar de "ético", "estético" o "político". Ciertamente nos hemos hecho pobres. Pero no tanto como para no poder permitirnos el lujo aún de corregir a los superiores de AGD y decirles que no, que "lo que no son cuentos son cuentos".
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