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Columna
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Recapitalizar los bancos... y los políticos

La cumbre europea concluyó con acuerdo en la madrugada del miércoles al jueves. Menos mal, porque si los políticos de la eurozona hubieran aparecido ante la prensa a las cuatro de la madrugada para anunciar que había flecos pendientes para una tercera sesión de la cumbre, hoy probablemente estaríamos en una situación especialmente crítica. Así que, de entrada, tenemos que felicitarnos de que los jefes de Gobierno de la Unión Europea hayan acordado otorgar el segundo rescate a Grecia y reestructurar su deuda con una quita del 50%, aprobar los planes de recapitalización de la banca europea y ampliar el fondo de rescate hasta un billón de euros.

Ahora se abrirá un debate sobre si los acuerdos alcanzados son suficientes o no, pero creo que, por lo menos, suponen un avance considerable y pueden sentar las bases para la resolución de la crisis financiera en la UE. De hecho, los mercados lo celebraron con subidas generalizadas desde el mismo jueves.

Me cuesta mucho decir esto, pero el Banco de España ha jugado mal papel en esta partida
La debilidad de España en las instituciones y foros internacionales es cada vez más patente

Hay, sin embargo, un aspecto de la cumbre que creo que se ha cerrado en falso: la recapitalización de los bancos europeos. Los intereses y los contrapesos políticos han pesado más que las razones financieras o los estándares técnicos. Las cifras de necesidades de capital de los 70 bancos europeos considerados "con riesgo sistémico" tienen muy poco sentido si se comparan con las últimas pruebas de resistencia realizados hace pocos meses, con las puras matemáticas de bancos afectados por la quita del 50% de deuda griega, o con los cálculos realizados por el FMI hace un mes.

¿Qué sentido tiene que los 17 bancos alemanes y franceses examinados (los más afectados por la quita de la deuda griega, después de los griegos) tengan una necesidad de recapitalización conjunta inferior a los 14.000 millones de euros, con más de 10.000 millones de ajuste de deuda soberana, mientras que los cinco bancos y cajas españolas (sin deuda griega en sus carteras) tengan que recapitalizarse en 26.161 millones, con un ajuste de deuda soberana de 6.290 millones (una especie de depreciación de la deuda española entre el 2% y el 3%)?

¿Qué sentido tiene que el FMI cuantifique las necesidades de capital extra para los grandes bancos europeos en 200.000 millones, mientras que la Autoridad Bancaria Europea (EBA en sus siglas inglesas) lo deje en 106.000 millones? ¿Cuáles han sido los criterios utilizados para fijar esa cifra: carteras de deuda soberana, activos tóxicos pendientes de emerger o la fortaleza de cada líder político a la hora de defender a las entidades de su país?

¿Por qué la EBA niega a los bancos españoles que computen como Tier 1 las llamadas reservas genéricas anticíclicas (unos 8.500 millones) o las obligaciones convertibles en acciones (cerca de 9.500 millones)?

La única respuesta que se me ocurre, a estas alturas, es que España, además de recapitalizar sus bancos, tendría que recapitalizar (¡y de qué forma!) sus políticos. Las autoridades españolas, tanto el Gobierno como el Banco de España, no han sabido defender a las entidades financieras nacionales ni a la hora de fijar las metodologías de valoración, ni a la hora de defender la solvencia de nuestra deuda soberana. Tanto es así, que en ambientes bancarios se especulaba el jueves con que José Luis Rodríguez Zapatero hubiera pactado ceder en esos criterios a cambio de los elogios recibidos en días pasados a sus planes de ajuste. No creo que llegue a tanto, pero la debilidad de España en las instituciones y los foros internacionales es cada vez más patente.

El ejemplo más claro es la nula presencia de españoles en la Autoridad Bancaria Europea. La participación de nuestro país en los órganos rectores de esta institución, que entró en funcionamiento en enero de este año, se limita a la presencia del subgobernador del Banco de España, Francisco Javier Aríztegui, en el Consejo de Supervisores, en el que hay una persona por país miembro. El Consejo Ejecutivo está compuesto por seis miembros, en representación de Suecia, Alemania, Francia, la República Checa, Hungría y Finlandia, y no hay ni un solo funcionario español en el staff de la EBA, cuando el Banco Central Europeo (excluido no se sabe por qué de poder de decisión en estos temas), el Banco de Pagos de Basilea o el FMI han estado plagados históricamente de altos funcionarios españoles.

Me cuesta mucho decir esto, pero el Banco de España ha desempeñado un mal papel en esta partida, probablemente debido a su falta de credibilidad en la gestión de la crisis de las cajas de ahorros en nuestro país. Tiene razón la Asociación Española de Banca cuando afirma que "las nuevas exigencias de capital a los bancos europeos son arbitrariamente altas, se apartan de las normas establecidas, generan incertidumbre y restan credibilidad a los distintos ejercicios de resistencia llevados a cabo y a los parámetros utilizados en ellos". O cuando añade que "poner en duda la calidad de activo libre de riesgo de la deuda de los países solventes de la eurozona mina la confianza en los mismos y debilita la estabilidad financiera tanto a nivel nacional como en la zona euro en su conjunto".

Las cinco entidades financieras sometidas a escrutinio por la EBA han respondido de forma discreta al injusto castigo de la Cumbre Europea (ha habido alguna queja acertada sobre la prevalencia del "interés político sobre el real"), y han afirmado que no tendrán que acudir a los mercados, ni mucho menos a las ayudas públicas, para cumplir las nuevas exigencias de capital en junio de 2012. Lo que no han podido defender con cifras es que estas exigencias no van a afectar a la concesión de nuevos créditos o a la refinanciación de créditos vivos de empresas y particulares. No cabe duda de que agravarán un problema que afecta directamente a las expectativas de recuperación económica en España. Ni tampoco han querido mencionar el problema real de las entidades financieras españolas (de todas, no solo de las cinco "sistémicas"): la morosidad del ladrillo, que acabará pasando factura a sus balances.

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