"¡Devuélvanme mis legiones!"
"Les he dado un imperio sin fin".
-Júpiter, refiriéndose a los romanos, en la Eneida de Virgilio
No fue una derrota, fue una masacre, una aniquilación; fue algo tan apocalíptico, tan violentamente asombroso, tan en contra de todo pronóstico concebible, que para buscar comparaciones hay que ir más allá del fútbol, más allá de nuestros tiempos, al año nueve después de Cristo, hace más de 20 siglos, cuando una horda de bárbaros germanos emboscó a tres legiones romanas y varias columnas de caballería en el bosque de Teutoburgo, acabando con las vidas de 30.000 soldados del imperio más poderoso de la historia humana, en la época de su mayor apogeo. César Augusto, al recibir la noticia, se golpeó la cabeza repetidamente contra una pared, y pasó semanas sin afeitarse (en aquellos tiempos, una ofensa al decoro bestial, inimaginable), gimiendo todo el rato, "¡Devuélvanme mis legiones! ¡Devuélvanme mis legiones!".
Los aficionados del City viven un sueño. Al dulce sabor de la venganza suman el deleite por el sufrimiento del prójimo
No se sabe aún cómo reaccionó Alex Ferguson a solas después del partido del domingo pasado en el que su Manchester United perdió 1 a 6 (sí, en casa, en Old Trafford) contra el vecino Manchester City, pero se le tiene que haber pasado por la cabeza -aunque haya sido solo por un instante- imitar el ejemplo no del Emperador Augusto sino de Publius Quinctilius Varus, el comandante de aquella expedición romana, que, al asimilar la dimensión del catastrófico deshonor en el que había caído, se quitó la vida.
El ridículo que ha hecho Ferguson se vuelve épico al tomar en cuenta lo mucho que ha disfrutado mofándose del City, equipo que no ha hecho prácticamente nada en años, que no ha ganado la Liga inglesa desde 1968, período en el que el United la ha ganado 12 veces. El escocés se rió incluso con más ganas cuando un jeque saudí compró el vecino club hace tres años, descalificando sus fichajes multimillonarios como síntoma de una desesperación "kamikaze". El City, según Ferguson, era "un club pequeño con una mentalidad pequeña". "Solo saben hablar", decía. Les llamaba, con desdén aristocrático, "los vecinos ruidosos".
Los seguidores del United, haciendo eco de las palabras de su césar escocés, llevaban tiempo expresando burlona piedad por el inútil primitivismo del City. O, peor todavía, no haciéndoles ningún caso. Imagínense ciertos sectores de la afición del Barcelona con la del Espanyol; la del Real Madrid con la del Atlético, o el Rayo Vallecano. Es verdad que el City había recortado distancias gracias a la munificencia del jeque, pero durante la mañana anterior al partido las casas de apuestas iban con el United; en el poco probable caso de que perdieran sería, lógicamente, por la mínima y tras un encuentro terriblemente reñido.
El arranque de temporada de los de Ferguson había llamado la atención por la capacidad del viejo técnico una vez más de reinventarse, de inyectar vida a los veteranos de la plantilla, de seguir descubriendo jóvenes talentos, de insuflarles a todos con su feroz espíritu competitivo. Hacía apenas mes y medio, por el amor de Dios, que habían ganado 8 a 2 al Arsenal, un rival de bastante más pedigrí que el City. El tortazo, entonces, fue total; la humillación, devastadora, y si los del United ruegan hoy que la pesadilla se acabe, que por favor no sea verdad, los del City viven un sueño del que jamás querrán despertar. Al dulce sabor de la venganza se suma lo que los alemanes llaman schadenfreude, el deleite en el sufrimiento del prójimo. El fútbol no ofrece paraíso más delicioso o infierno más cruel que los que han vivido, y seguirán viviendo durante mucho tiempo, quizá toda la vida, los aficionados de los dos Manchester.
Tampoco el fútbol ofrece tormentos mucho peores o alegrías mucho mayores que las que han vivido a lo largo de los últimos tres años las respectivas aficiones de los dos grandes clubes españoles. ¿Qué daría el Real Madrid por ganar 1 a 6 al Barcelona en el Camp Nou esta temporada? Todo un imperio.
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