"En el Levante no hay cargos, hay amigos"
Armonía y humildad reinan en el club granota, una entidad singular, de gente carismática y con las cicatrices de la supervivencia
"Aquí no hay cargos, hay amigos", afirma José Ramón Ferrer, Raimon, una institución en el levantinismo tras 23 años como jardinero y ahora responsable de las instalaciones, poco después de intentar deshacerle el fino pelo engominado al presidente, Quico Catalán. "Yo te puse ahí y yo te puedo quitar", sigue bromeando con su jefe Raimon, el anfitrión de una curiosa casa-museo del Levante en el mismo estadio. La armonía reina entre los dirigentes y empleados, muy prudentes en las declaraciones, la humildad como bandera, aunque se les escape una comparación ilusionante: el Alavés de Mané, finalista de la Copa de la UEFA en 2001. El Levante defiende hoy su liderato en Primera y hay un testigo de excepción: Vicent Arastey, Pirri, de 67 años, utilero granota desde hace 49, presente en los dos últimos cursos de vida del anterior estadio, el Vallejo, con tribuna de madera y sillas de enea. "Esto de ahora es impensable", balbucea con timidez Pirri, apodado así por los juveniles cuando, en los sesenta, jugaba con ellos y lo comparaban con el capitán entonces del Real Madrid.
Raimon lleva 23 años cuidando las instalaciones; Pirri, 49 como utilero
"Este es el club más antiguo de Valencia", recuerda el presidente, Quico Catalán
El Levante es un club singular donde el capitán, Ballesteros, de 36 años, es unos meses mayor que el presidente. "Es una suerte para ambos porque compartimos cosas y es fácil entenderse", dice Catalán, asombrado de la repercusión internacional de la trayectoria del Levante en la Liga. Hasta en China quieren entrevistar a Ballesteros. Catalán es un presidente profesional que disfruta sobre todo del "trabajo de despacho: cómo mejorar el rendimiento de la entidad". Y percibe un sueldo muy inferior, dice, al de otros dirigentes de Primera. "Renuncié a mi trabajo en una constructora de obra civil". Levantinista de cuarta generación, su abuelo Pedro Catalán, de 91 años, todavía acude al estadio con sus hijos, nietos y bisnietos. Este bisabuelo era del Gimnàstic, el club fusionado con el Levante en 1939 y que aportó el color azulgrana y el mote de granota (rana) por el origen de su campo, en el río Turia.
Un póster gigante con las imágenes de nueve jugadores preside la fachada de tribuna del Ciutat de València. Los nueve son valencianos. "Este es el club más antiguo de la ciudad y queremos que la gente lo sienta suyo. Queríamos valencianizar la plantilla. Ya son, con el entrenador (alicantino), un 40%", expone Catalán. El club tiene 11.300 socios y 44 peñas, la mayoría de la ciudad, pero también de los pueblos cercanos de las comarcas de L'Horta Nord y Horta Sud.
Dentro del plan de viabilidad del concurso de acreedores, el Levante prevé amortizar la deuda, de 60 millones, en 2015, a ser posible sin la necesidad de vender su principal activo, el estadio, a pesar de estar ya firmado el convenio de recalificación de los terrenos. "Ojalá no hiciera falta porque este barrio tiene unas infraestructuras sensacionales. Para evitarlo, deberíamos seguir cada año en Primera y con superávit como en 2010-11 (2,5 millones)", indica Catalán. Los ingresos proceden en un 60% de la televisión (12 millones), un 10% de los abonos, un 5% de las taquillas, un 5% de la publicidad estática y otro 5% de la publicidad dinámica. El principal gasto, la plantilla, costará a final de curso nueve millones. El jugador mejor pagado, Koné, cobra 500.000 euros anuales. Es el tope salarial.
En los últimos tres años, el Levante solo ha gastado en fichajes 200.000 euros, explica el director deportivo, Manolo Salvador, "50.000 por Pedro López y 150.000 por Pallardó". Entre la segunda vuelta de la pasada Liga y lo que va de esta (sin contar los partidos de anoche), el equipo granota sería tercero (53 puntos), tras el Madrid (66) y el Barça (65). Salvador está siempre a la caza de suplentes: por eso viaja más entre semana a ver partidos de Primera porque es cuando alinean más a los reservas: "No podemos ir a por los titulares". Forma la secretaría técnica junto a Iñaki Aizpurua y a Mora, dos exporteros granota. Hace tres años, le dieron un presupuesto para viajar de 9.000 euros. Ahora ya puede desplazarse al extranjero: pero si un representante sueco, por ejemplo, le pide que vaya a ver un chico a Suecia, el agente pagará el traslado. Solo si el Levante contrata al jugador, el representante recupera el dinero.
"Necesitamos vender un jugador por año", añade el director deportivo, que ya traspasó en verano pasado a Caicedo al Lokomotiv por siete millones. Y ahora apunta al mediocentro Iborra, de 24 años. "Empezó de delantero, pasó a media punta y Luis García Plaza lo reconvirtió en mediocentro. No pierde la posición y es muy fuerte".
En la mayoría de sus fichajes, el Levante espera a última hora, en pleno agosto, cuando los técnicos han hecho los descartes. El delantero marfileño Koné, una de las sensaciones, fue descartado por el Sevilla, que ahora busca un atacante. "Lo llevamos con mucho sigilo. Venía de una lesión traumática y es perfectamente recuperable", apunta Salvador. El Sevilla tiene derecho a recuperarlo si marca 18 goles. Hace tres años, acechado por los impagos, nadie quería venir al Levante salvo aquellos que casi no tenían donde caerse muertos. Ahora es diferente. "El Zhar estaba jugando en Grecia, Pedro López en el Valladolid, Aranda en Osasuna, Barkero en el Numancia, Farinós en el Hércules...", enumera Salvador, afortunado también en la elección de los entrenadores: Luis García y Juan Ignacio Martínez. El primero le dio un estilo aguerrido y el segundo un mayor gusto por el balón. La familia granota quiere seguir soñando.
Una barraca dentro del estadio
Dentro del estadio, en un rincón del fondo norte, el invitado entra en un espacio de otro siglo. Una especie de barraca en la que Raimon, responsable de las instalaciones, ha ido acumulando todos los objetos más preciados. Y donde este pasado miércoles, en la alucinación de ser líderes, prepara un puchero en un enorme perol mientras saca un par de cervezas del frigorífico y se sienta frente a una mesa rectangular para disfrutar del momento. Del primer liderato en 102 años de historia. Hay una paz secular en este sitio bautizado por él como El Raconet (El Rinconcito). Convertido en un lugar mágico para los jugadores granota, que lo visitan para almorzar una vez al mes. Escenario incluso de la comida oficial con la directiva de Osasuna.
"Hemos pasado épocas difíciles, sí", dice Raimon entre sorbo y sorbo. "Hace tres años, desastre total: en febrero nos dejaron de pagar; en el 90-92 no había ni para agua ni luz. Pero después de las crisis, valoras más las cosas. La armonía que tenemos no la viví antes. Ahora caemos bien hasta a los valencianistas".
Es imposible dejar de mirar el abigarrado museo de Raimon: una camiseta de Maradona que le trajo el portero argentino Pablo Cavallero firmada por Joaquín Sabina tras un concierto de este en el estadio; botas de fútbol colgadas del techo; fotos de exjugadores granota; carteles de toros, entre ellos uno en el que figura el propio Raimon entre Curro Romero y José Tomás; una placa dedicada a Matt Busby; y, claro, un recorte del periódico Las Provincias de 1986 que recuerda el descenso del Valencia a Segunda después de "55 años en la élite".
Ahí, en esta cabaña dentro del Ciutat de València, está su mundo: el fútbol, el Levante, los toros, la música (sí, también hay un karaoke y un poste de Sabina).... "Mis padres son valencianistas, pero a mí me gusta ir siempre con los más débiles. En la calle ahora al Levante se le respeta", zanja José Ramón Ferrer, natural de Meliana, un pueblo de Valencia, donde los niños le empezaron a llamar Raimon en honor al cantante de Xàtiva.
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