Una cápsula espacial en el universo del Hermitage
Comodidad y solemnidad. Esta combinación, sorprendentemente armónica, define el ambiente en el despacho del director del Hermitage, que es comisario de la exposición que llega al Museo del Prado. En este espacio con ventanales al río Nevá, el trabajo y la vida de Mijaíl Piotrovski, de 66 años, se inserta en la majestuosidad del recinto. Estamos en uno de los edificios del primer museo de Rusia, cuyo origen se remonta a la colección formada por la emperatriz Catalina II cuando se trasladó al Palacio de Invierno en 1764. Justamente el retrato de esta emperatriz cuelga en la pared que queda a la espalda de la mesa de trabajo del director. Todas las demás imágenes de personajes famosos (en fotografías) que pueden verse aquí, entre librerías y muebles, tienen un rango visual más modesto que Catalina. Piotrovski está en el Hermitage como en su casa, en el sentido más literal de la expresión, pues su padre, Borís Piotrovski, un arqueólogo fallecido en 1990, fue director de la institución durante más de un cuarto de siglo (1964-1990) y ocupó este mismo despacho, aunque en consonancia con la época que le tocó vivir tenía a su espalda un retrato de Lenin. De niño, Mijaíl pasó su infancia correteando por los salones del Hermitage mientras su padre y su madre (una arqueóloga de origen armenio) profundizaban en el legado de la Historia.
En el gabinete del director reina el desorden, pero es un desorden agradable, tal vez calculado. Por doquier hay altas pilas de libros de arte, bellos catálogos, y muchas obras relacionadas con el arte islámico y oriental, la especialidad de Piotrovski, que estudió en la sección de árabe de la Facultad de Filología Oriental de Leningrado, acabó de formarse en El Cairo y pasó varios años en Yemen. El brillo del papel cuché, la textura de la madera, el crujido del parqué, los gruesos cortinajes y las tapicerías no agobian en este entorno sino que crean una impresión de paz y, sobre todo, de silencio, como si esto fuera un refugio de la oscuridad y del invierno peterburgués.
El microclima de refugio nórdico se prolonga a la antesala y a la salita de espera y todo ello parece una cápsula espacial en el universo planetario de los salones del Hermitage. Vigilando el conjunto, más allá del personal dedicado, las veteranas cuidadoras y los servicios de vigilancia, el Hermitage tiene también un destacamento especial de gatos que residen -y son alimentados- en los sótanos del museo. Estos felinos al servicio del arte son unos sesenta, según el servicio de prensa del museo, y su función es "asustar a los ratones", como es tradicional.
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