El juez que quiere ser poeta
Álvaro Gaspar es un juez de Santa Cruz de Tenerife que probablemente se equivocó de profesión. En vez de lanzarse a la judicatura, Gaspar debería haber optado por las letras y, más concretamente, por la poesía, un género literario que ha aplicado más de una vez a sus sentencias. Hace ya 12 años probó fortuna y tuvo ya sus primeros problemas con los servicios de inspección del Consejo General del Poder Judicial. Ahora, reincidente, el mismo organismo ha propuesto que se le sancione, aunque la Comisión Disciplinaria del CGPJ ha archivado el caso. Álvaro Gaspar dirimió en febrero pasado el caso de una denuncia de una alumna contra la academia de azafatas en la que había estudiado. Según la estudiante, el centro incumplió las expectativas laborales que se le habían prometido. Gaspar dio la razón a la demandante y fijó una indemnización de 5.240 euros, decisión que comunicó a las partes, como es habitual, mediante sentencia, pero eso sí, escrita en verso cargada de ripios y supuesta poesía.
Le duele el corazón", dice la sentencia. "Acaso, ojalá, contribuya la presente a derivar tal dolor hacia el bolsillo (...) Prosiguiendo la razón el recorrido inverso del pleito, descubrimos en la audiencia -dolido, al fedatario exhibido-, otra vez el corazón. Ya las palabras no vuelan. Ya todo queda filmado, grabado, inmortalizado...". El problema de Gaspar no es solo que pretenda escribir en verso sus decisiones judiciales, sino que, según la inspección, agravia a las ciudadanas implicadas en el caso y, además, su argumentación carece de "fundamentación jurídica", lo que es mucho más grave. Gaspar, además de ser un poeta mediocre, podría ser también un mal juez.
De la mediocridad de su verso da fe de forma bien explícita su propia sentencia, en la que, para colmo, el juez no ha podido sustraerse a algunos de los vicios más habituales de la peor literatura jurídica, de entre los cuales destaca la dificultad para comprender lo que se quiere decir en el escrito. Así que, en cierto modo, no le asiste la razón a la inspección del Consejo cuando dice que las expresiones de la sentencia de la discordia son "ajenas al patrón normal de las costumbres judiciales". Ojalá fuera así.
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