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ENTRE FANTASMAS
Columna
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En la peluquería

"Todo está en todo. Como las medallas, cada virtud tiene su reverso. Y de los más ponzoñosos venenos se extraen remedios capaces de curar", eso dice André Beaunier en el prólogo de su Elogio de la frivolidad (Hachette, 1925), impertinente precedente de lo que dimos en llamar movida. El fútbol es otra, nada inocua, movida y los venenos que genera no siempre son curativos. Los regocijados gritos de una grada coreando la muerte de un jugador sobrepasan toda la ignominia imaginable y, más allá de la impunidad judicial, nos avergüenzan en lo más profundo a la hora de considerarnos seres humanos. No importa tanto en qué lugar o circunstancia esos gritos se hayan producido como la miserable condición de quienes los han proferido, remedando con repugnante delectación el momento en que el jugador del Sevilla Antonio Puerta, hace ya más de cuatro años, empezó a encontrarse mal en el terreno de juego: "¡Ea, ea, ea, Puerta se marea!", graznan.

Los regocijados gritos de una grada coreando la muerte de un futbolista... ¿Por qué no hubo un plante de jugadores?

El comportamiento de esos supuestos supporters, supuestamente auspiciados por supuestos mandatarios, que se regodean recreando la tragedia no tiene perdón ni de su madre por mucho que se aduzca lo de que "tan solo se trata de una minoría". ¿Y la mayoría? ¿Estaba allí? ¿Qué hacía? ¿No oía ni veía? ¿Y qué clase de sentido de la dignidad mantuvo apoltronados en tribuna a los presuntos dignatarios? ¿Por qué no hubo un plante de jugadores? ¿No somos, con la pasividad, cómplices del horror? "Esa es una buena razón para no frecuentar estadios donde uno se ve obligado a codearse con chusma de tan baja calaña", opinó mi peluquero mientras, trémulo de indignación, casi me rebana la oreja.

En ese momento, entró en la peluquería una joven espigada y pizpireta que, por su nariz respingona y burbujeante mirada, me recordó a la hollywoodiense actriz de la década de los cincuenta Mitzi Gaynor. Para colmo, tenía dedos de violinista sin violín y rutilante sonrisa de azafata sin avión. Apenas trasponer el umbral y antes de emitir palabra, simuló estar muy interesada en la hilera de fotos, clavadas con chinchetas en la pared, que mi peluquero había recortado de un antiguo París Match. De izquierda a derecha, podíamos ver a Edward G. Robinson comiendo una hamburguesa, a George Brassens con un gato bizco en brazos, a Raymond Kopa en el mítico estadio Rasunda y al General De Gaulle deambulando por una playa del brazo de su sombra. Imágenes de cuando el mundo todavía no era una cuenta bancaria pero ya la relatividad de Einstein empezaba a resultarnos relativa.

"¿En qué equipo jugaban?", preguntó la recién llegada con fingida ingenuidad. El peluquero, arrobado, no supo qué contestar. Yo tampoco. La joven se disculpó: "Perdonen mi intrusión. No entiendo de fútbol. Me llamo Laura y me persigue un elefante celoso, ¿puedo quedarme un rato con ustedes?". El peluquero y yo asentimos al unísono. Dado el irresistible atractivo de la llamada Laura, lo del elefante celoso no era raro, aunque supuse que se trataba de una metafórica alusión a alguien de paquidérmica complexión como Strauss Kahn que, dicho sea de paso, tiene la apariencia inequívoca de un director de circo. O, lo que es lo mismo, de un exdirector del Fondo Monetario Internacional.

El caso es que Laura se sentó en el sillón contiguo y el peligro ya no provenía de la navaja del peluquero sino del encanto que emanaba el reflejo de la desconocida en el espejo. "Me gustaría que me explicaran, con brevedad, qué es el fútbol", propuso. Yo empecé a contarle eso de que se juega a patadas con una pelota y que consiste en meterla entre dos palos verticales y bajo un larguero horizontal. Pero mi peluquero, presuroso, me quitó la palabra de la boca. "¿De verdad quieres saber cómo es el fútbol?", le preguntó a boca ropa (expresión acuñada para la ocasión). Ella dijo que sí y él emprendió una disparatada perorata: "Alguien llamado Bayram Tutumlu acusa a un tal Laporta de ser amigo de una tal Gulnara Karinova y de haberse quedado con el dinero de turbios asuntos en Uzbekistán, mientras circulan rumores de que un tal Sandro Rosell tiene sospechosos negocios en Brasil y en Catar".

Tan peregrina descripción del balompié, alusiva a las trastiendas del Barça, nos dejó estupefactos a la dulce Laura y a mí. Pero pronto la perplejidad se convirtió en sobresalto. Alguien irrumpió en la peluquería. No era el elefante celoso sino el famoso actor Antonio Resines que, al enterarse de que Florentino había fichado a Neymar para el Real Mourinho, quería que mi peluquero le hiciera una cresta como la del brasileño para jugar al backgammon.

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