Espiral bancaria
La nueva recapitalización tiene que ser selectiva y requiere que se enfríen las tensiones de la deuda
La zona del euro está atrapada en una pesadilla en la que una y otra vez se enfrenta a los mismos problemas que creía ya resueltos. La posibilidad de que la Autoridad Bancaria Europea (EBA) eleve las exigencias de capital de primera calidad (Core Tier 1) del 5% actual al 7% o al 9% en las nuevas pruebas de esfuerzo de la banca europea se ha convertido en un problema grave para las entidades, cuyas cotizaciones cayeron ayer en toda Europa. Las urgencias del presidente de la Comisión, José Manuel Durão Barroso, y del BCE, Jean-Claude Trichet, reclamando otra recapitalización de la banca europea para compensar los deterioros de activos causados por la crisis de la deuda griega elevan la psicosis de un riesgo presuntamente catastrófico.
Barroso tiene razón a medias. Aprecia correctamente la situación cuando pide que los bancos sujetos a recapitalización no repartan dividendos ni bonus a sus directivos. Aunque sería más exacto decir que, en ese caso, bonus y dividendos deberían controlarse desde la regulación de cada país. El problema de la "urgente recapitalización" es que no discrimina entre entidades que pueden tener dificultades (los que tengan deuda griega) y quienes deben preocuparse por otros problemas igualmente graves (la rentabilidad o la sequía del crédito). Para estas últimas, una nueva ronda de capital supondría inmovilizar una parte mayor del dinero y cerrar un poco más la llave del crédito. Además, no es fácil encontrar capital fresco en el mercado para reforzar los balances bancarios. Ni siquiera en el plazo de tres a seis meses que propone la Comisión. Recurrir al mercado de capitales equivale a aceptar el contrasentido de acudir a quien está en el origen de la crisis que se trata de corregir.
En la práctica, las intenciones de la EBA se traducirán en un número mayor de bancos que suspenden las pruebas de resistencia y las propuestas de Barroso solo se resolverán con nuevas inyecciones de capital público en la banca. En ese caso, los Gobiernos deben exigir que el banco que se recapitalice con dinero público integre consejeros públicos con poderes de decisión. Así pues, la alarma de Barroso y Trichet está justificada, pero ya no se puede afrontar como otra vuelta de tuerca de exigencias genéricas de más capital para todos. Hay que distinguir entre entidades, según cuáles sean sus recursos, sus problemas y sus grados de capitalización exigibles frente a los problemas que les afectan.
No es de extrañar que Francia, Alemania y España recelen de la pretensión de la EBA y del plan de Barroso. Con un agravante: la recapitalización es urgente, pero no resolverá nada si no hay una solución definitiva para Grecia y para las tensiones de las primas de riesgo. Por mucho que se recapitalice un banco, cualquier convulsión en los diferenciales de deuda volverá a deteriorar sus activos y rebrotará de nuevo la urgencia de la recapitalización. Y así para siempre.
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