A rebufo de la película
Primera película de la trilogía sobre Estados Unidos como tierra de oportunidades del danés Lars von Trier, la que se rodó íntegramente en un hangar sin apenas decorado, la de las paredes pintadas en el suelo, la de las puertas que no se veían pero se oían, la de Nicole Kidman con el pañuelo en la cabeza. Dogville (2003) planteaba al espectador un juego emocional a partir del trabajo tremendamente realista de los intérpretes en ese espacio frío y teatral. Nina Reglero, dramaturga y directora del montaje teatral que se ha hecho con el Premio Max al mejor espectáculo revelación de este año, plantea otro tipo de juego, más bien una travesura, a partir del guión de la película que ha llevado al escenario en forma de alboroto deliberado por parte de los intérpretes.
DOGVILLE
De Lars von Trier. Versión: Christian Lollike.
Traducción: Susana Cepa.
Dramaturgia y dirección: Nina Reglero.
Intérpretes principales: Marta Ruiz de Viñaspre, Carlos Pinedo, Carlos Tapia, Maribel Carro, Carmen Gutiérrez, Pablo Rodríguez, Carlos Cañas, Xiqui Rodríguez.
Espacio escénico: Carlos Nuevo.
Iluminación: José Montero. Vestuario: Rayuela y FAQ.
Sonido: Xabier Sainz.
Teatro Romea. Barcelona, 11 de octubre.
Cuento moral; alegoría sobre la arbitrariedad de los conceptos bueno y malo; crítica del ideal que pretende salvar a la humanidad de la barbarie a través de la razón, la tolerancia y la democracia; metáfora de la capacidad corruptora del poder; corte en canal que deja al descubierto la cara oculta del sueño americano, Dogville se presta a interpretaciones de lo más profundas y filosóficas: desde el simbolismo del nombre de la protagonista, Grace, pasando por las resonancias de otro nombre, el de Tom Edison, y su papel en la trama como escritorzuelo ocioso que se proclama guía espiritual del pueblo, hasta su violento final como respuesta al fracaso de la vía dialéctica. Dogville da para mucho. Y sus muchas lecturas dependen en gran parte de la manera en que Von Trier nos presenta la historia, de ese intencionado artificio con el que nos atrapa, como espectadores, obligándonos a posicionarnos.
Nina Reglero defiende la autonomía literaria del guión cinematográfico de Von Trier al margen de su apuesta escénica, pero lo cierto es que su montaje no consigue emanciparse del producto original, va a rebufo de la película, y se sigue con ella en la cabeza. El trabajo de los intérpretes, a excepción quizá del de Marta Ruiz de Viñaspre, en el papel de Grace, la más entregada, se queda en la superficie de los personajes. Se hace difícil entender las razones de Tom a partir de la aproximación de Carlos Pinedo y de la escasa química que comparte con la protagonista; cuesta también posicionarse del lado del resto de los habitantes del pueblo, personajes intercambiables abordados todos desde la anécdota. Ello no quita que el montaje cuente con recursos atractivos, como es la inclusión del popular tema de Viva la Gente, y eficaces a la hora de solucionar algunas escenas, como es el final, muy logrado, aunque sea otra muestra de lo mucho que este Dogville depende del auténtico.
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