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Columna
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Loros, mejor que políticos

Cuando ya se divisa la recta final de la campaña electoral más larga y cargante de la historia de España, no son pocos los comentaristas que se refieren a los políticos como loros. Craso error, porque tal comparación constituye un insulto para estas inteligentes aves. Y si no que se lo pregunten a la investigadora Irene Pepperberg, psicóloga y etóloga que ha publicado diversos trabajos sobre la capacidad de aprendizaje de un loro gris africano llamado Alex, que fue entrenado para utilizar palabras con el objetivo de identificar objetos, describiéndolos, contándolos, e incluso contestando preguntas complejas, como por ejemplo "¿cuántos cuadrados rojos hay?". O a Virginia Morell, que este verano difundía en Science una investigación sobre la comunicación mutua entre un grupo de loros en estado salvaje en Venezuela, en la que demostraba que los loros son aves sociales y se imitan los unos a los otros, emitiendo llamadas de contacto que utilizan para su cohesión social, como si los loros pronunciaran sus propios nombres y los nombres de sus compañeros.

En Accidente Nocturne (Patrick Modiano, 2003), el narrador y protagonista evoca la apasionada búsqueda, cuando era un adolescente, de Jacqueline, una mujer de la que apenas conoce el color de su coche y la zona donde vive. Siguiendo las indicaciones de un garajista, trata de encontrarla en La Closerie de Passy, un restaurante de ese barrio que solía frecuentar. Desesperado por lo infructuoso de la búsqueda, el joven tiene la ocurrencia de enseñarle una frase al loro ("busco coche verde...") con la esperanza de que algún cliente acabe llevándole a Jacqueline. Treinta años después, el narrador constata que el café ha desaparecido, pero que, como los loros viven mucho, tal vez esté ahora a la puerta de otro bistró, en medio del estrépito del tráfico, repitiendo la misma frase. Concluye Modiano: "Solo los loros permanecen fieles al pasado".

Y como muestra, Charlie, el loro de Winston Churchill, sobre el que este periódico publicó hace siete años una crónica que contaba cómo, a sus 104 años, el animal seguía insultando a Hitler y lanzando tacos contra los nazis, en los mismos términos que le había enseñado el premier inglés en las vísperas de la II Guerra Mundial. La crónica, que citaba a la revista británica Jack, aseguraba que cuando Charlie expresaba su opinión sobre los nazis lo hacía "con una inflexión churchilliana". En efecto, solo los loros permanecen fieles al pasado.

Así que, con lo que está cayendo y con la que se nos viene encima, mucho cuidado con faltarse con los loros, pues es de temer que pese a compartir con el loro Alex los tonos grises del pelaje, Mariano Rajoy sea incapaz de superar al animalito a la hora de responder preguntas complejas. Y lo que es peor, es difícil que el discurso del PP pueda emular a los sonidos de los loros de las selvas salvajes de Venezuela para garantizar la cohesión social. O sea, que como decía el viejo profesor, don Enrique Tierno Galván, "al loro".

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