¡Alarma general!
¡La que se armó en dos minutos! Suenan clarines y timbales para que aparezca el primero de la tarde. Y sale Aviadorito, cárdeno, de 528 kilos, una preciosidad de toro, bien armado, serio y con cuajo, que es recibido con una ovación a medida de que se pasea por más de medio redondel pegado a tablas. Abandona Rafaelillo el burladero y lo espera en el tercio. Y la primera embestida del toro por el pitón izquierdo es como una guadaña extrafina que busca el cuerpo del torero, que se zafa como puede, mientras que el animal lo busca de nuevo, le arrebata el capote, y Rafaelillo debe tomar el olivo entre el desconcierto general.
Con el jefe de filas guarecido en el callejón, aparece la cuadrilla, y allá que llama al toro José Mora, subalterno murciano, de oliva y azabache. Aviadorito lo ve, hace caso omiso del capote y lo empitona por la pierna derecha, se lo echa a los lomos y lo lanza a la arena, donde se ceba con el torero, se lo pasa de un pitón a otro, lo levanta varias veces del suelo y le propina una paliza que no tenía fin. Un mundo tardaron sus compañeros en llegar, o eso pareció al menos -y todo sucedió al lado de las tablas-, lo que da idea de la rapidez con la que aconteció la tremenda cogida. Por fin, Mora logra levantarse, da unos pasos hacia la barrera, pero cae desmadejado y roto por los golpes recibidos. Afortunadamente, el parte médico solo habla de una herida menos grave y contusiones y erosiones múltiples. Es decir, que sanará antes de la pierna que de la tunda que le dio el toro.
MARTÍN / RAFAELILLO, BARRERA, MARÍN
Toros de Adolfo Martín, bien presentados, mansurrones, sosos y descastados; el primero, una alimaña; destacó el segundo por su nobleza.
Rafaelillo: estocada tendida (gran ovación); aviso, metisaca en los bajos (ovación con protestas).
Antonio Barrera: pinchazo y casi entera trasera (silencio); dos pinchazos (silencio).
Serafín Marín: pinchazo, estocada y dos descabellos (silencio); media tendida y tres descabellos (silencio).
El subalterno José Mora fue herido en el muslo derecho de 15 cms.
Plaza de Las Ventas: Tercera y última corrida de la Feria de Otoño. 2 de octubre. Casi lleno.
José Mora sanará antes de la pierna que de la tunda que le dio el toro
Tras la dramática secuencia del primer astado, todo cambió de color
Con la plaza sobrecogida y mientras las asistencias retiraban al herido, el picador se encargó de recetar al toro dos fuertes puyazos que si bien no le hicieron entrar en razón, le bajaron los humos. El pitón izquierdo seguía siendo un puñal, pero la fuerza huracanada de Aviadorito se aplacó. ¡Menuda papeleta para Rafaelillo...! Pero salió indemne del compromiso, lo que no es poco, y con la moral por las nubes, que no deja de ser un éxito. Decidido, valiente y preñado de vergüenza, hizo frente a la situación, aguantó tarascadas, se jugó los muslos, y el público se lo agradeció enardecido por vencer con gallardía a una alimaña que estaba dispuesta a que hubiera cola en la enfermería. Cuando cayó el toro de una estocada tendida, Rafaelillo se fue al centro del ruedo, abrió los brazos y los agitó en solicitud de ánimo para espantar los nervios que tenía encerrados en el estómago por el mal trago vivido. Y los tendidos le respondieron con ardor.
Y salió el cuarto, otro tío, impresionante de trapío (¿quién hizo los lotes de la corrida?), al que Rafaelillo recibió con apretadas verónicas, una media preciosa, y una larga airosa. Brindó a la concurrencia, y se fue más confiado hacia Sevillanito, que mostraba mejores intenciones que su hermano primero. Fue esforzada su labor, un ejercicio de motivación y entrega, y toreo de altos vuelos por momentos; como cuando se lució por naturales largos, hondos y ligados en los que sobresalió, además, un cambio de manos primoroso. Faltó, quizá, serenidad y reposo, pero mucho era el respeto que imponía el toro y exagerado el pundonor necesario para estar delante. Marró con la espada a causa de un tropiezo del animal a la hora del encuentro y cobró un feísimo metisaca en los bajos que deslució su labor. Pero, una vez más, quedó patente que es torero de una pieza, que nunca vuelve la cara y que salió airoso de una situación harto complicada.
Después de la dramática secuencia del primer toro, todo cambió de color. Es lógico que los ánimos se desinflen y se desvanezcan las ilusiones cuando un toro protagoniza la alarma general. Antonio Barrera y Serafín Marín han pasado inadvertidos. El primero no dijo nada ante el noble segundo, que embestía humillado, pero con un punto de sosería, y menos ante el muy soso quinto. El torero catalán no tuvo su tarde. Su lote no era de premio, pero él se mostró inseguro, desconfiado y con pocas ideas. Y se lo recriminaron, como es natural.
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