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Furtivos brasileños en O Burgo

La vida del furtivo está condicionada por las fluctuaciones de la marea. En la madrugada del jueves al viernes, con una bajamar muy potente a las 00:26 horas y un 3% de luna, cinco o seis furtivos se afanaban en extraer almeja en el tramo final de la ría de O Burgo. Tres de ellos se cobijaron bajo el puente de A Pasaxe, y otros dos movían el raño en el centro de la ría, frente al asentamiento chabolista de la vieja conservera Celta.

A punto de caer la medianoche, dos guardacostas avezados y el subinspector de la policía autonómica bordean las dos orillas de O Burgo desde Oleiros hasta Oza en un coche sin rotular. Un par de vueltas y varias paradas para escrutar con unos prismáticos la ría coruñesa a distintas alturas para localizar a los infractores y afinar el operativo. Un mariscador de a pie de la cofradía telefonea a Guardacostas para denunciar que hay 40 furtivos esquilmando los bancos de Santa Cristina. Apenas son cinco o seis. "Llama para presionar, para que estemos encima", apunta un funcionario autonómico.

Un equipo de la policía autonómica se ajusta el neopreno para entrar al agua y se dividen entre las dos orillas para cercarlos. A la cabeza va un furgón uniformado, dos patrullas de la Xunta y dos coches más discretos. Cambian con frecuencia el punto de encuentro para evitar que los detecten los furtivos, que han ideado su propio sistema de contravigilancia. Una patrulla de la Guardia Civil se cruza con la policía y aleja a los furtivos que se ocultaban bajo el puente. Tres agentes entran al agua en Santa Cristina y dos jóvenes echan a correr hacia el otro lado con planchas de poliespán para deslizarse más rápido. Al primero lo arrinconan en la bajada del hospital Materno-Infantil, y al segundo lo "pesca" una pequeña embarcación de Guardacostas sin luces que subía desde el muelle de Oza. La carrera los deja un rato sin aliento. Los dos furtivos son brasileños y, al menos uno de ellos, L.G, ya ha había sido sancionado antes. El más joven dice tener 16 años. Da un nombre falso, cuenta que ha extraviado el pasaporte y se revuelve para esquivar las preguntas. Los agentes les decomisan en capachos a medio llenar 40 kilos de almeja fina, babosa y berberecho que serán resembrados. También les confiscan los raños y los neoprenos, que les obligan a cambiar por trajes de plástico amarillo. Los agentes acompañan al menor a casa para averiguar su identidad. "Mañana están aquí al tema otra vez", sentencia el subinspector.

Hace dos años, explican fuentes policiales, en O Burgo se contaban unos 40 furtivos recurrentes, la mayoría drogadictos y vecinos del poblado gitano, bravos, descarados y con poco que perder. Sostienen que, pese a la denuncias, el número de infractores ha bajado. Suelen encontrarse con 15 furtivos de media, repartidos en dos grupos: habitantes del poblado y un grupo de brasileños que empezaron a bajar a la marea en 2006. Empezaron por detrás del puente de A Pasaxe y han ido ganando metros hacia aguas más limpias.

A menudo, los infractores dejan pasar la bajamar para despistar a los vigilantes y entran a la marea en plena subida. Para sacar los capachos cargados, se mueven en coches viejos, de alquiler o prestados y hacen salidas sin mercancía, para forzar un registro inútil. No tiene propiedades a su nombre para eludir las sanciones administrativas que van de 150 a 600.000 euros, la única forma de combatir un problema que se perpetúa y encuentra canales ilegales de distribución sin garantías sanitarias de espaldas a las cofradías y la Xunta.

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