El operador de Bolsa viral
Wall Street tiene ahora su equivalente de una estrella de los realitys de la televisión. Un vídeo de la BBC en el que alguien que se describe como operador de Bolsa admite que sueña con el desastre financiero como mina de oro se ha extendido como la pólvora. El aspirante a Gordon Gekko no trabaja para una empresa de Wall Street, pero su amoralidad vulgar nos brinda una descripción de las operaciones bursátiles que ha tocado la fibra sensible de una opinión pública que sigue indignada por los rescates bancarios.
El sucedáneo de agente de Bolsa Alessio Rastani no era alguien importante en las finanzas. Era un don nadie hasta esta semana. Sin embargo, destaca en cierto modo porque representa la identidad primitiva de los operadores de Bolsa de todas partes. Su evidente indiferencia ante el sufrimiento humano causado por las catástrofes financieras y las recesiones económicas -en este caso la crisis a la que se enfrentan los países europeos- aparentemente escandalizó a la opinión pública, y no digamos a los presentadores de la BBC que le dejaron despotricar hasta producir náuseas.
No obstante, pocos operadores de Bolsa afirmarían que no reconocen sus prioridades. Los mejores de ellos deberían ser capaces de explotar tanto los desastres como las alzas en época de bonanza. De hecho, los operadores de Bolsa suelen volverse peores cuando empiezan a preocuparse, como demostró el por lo general avasallador George Soros, padrino de los fondos de cobertura, cuando perdió dinero al invertir en Rusia a finales de los años noventa, aparentemente por un deseo de ayudar políticamente.
Los ejecutivos de Wall Street prefieren que el sucio secreto de Rastani se quede en el parqué de la Bolsa. La gente como Lloyd Blankfein, el jefe de Goldman Sachs, se ha esforzado mucho por destacar los beneficios sociales de la banca. Aunque su afirmación de que estaba haciendo "el trabajo de Dios" era un chiste que es mejor olvidar, ha sostenido que el sector financiero ayuda a las empresas a recaudar dinero, a generar riqueza y a crear empleo. Esta no es una opinión totalmente espuria, aunque omita algunos aspectos.
Las confesiones de un egoísmo brutal -tanto si son de organismos de calificación que admiten que autorizarían sin más unos productos estructurados por vacas, o de agentes de Enron que se regocijan con los apagones eléctricos- escandalizan invariablemente a la opinión pública. Sin embargo, son recordatorios útiles de que es necesario crear unos marcos regulatorios que pongan freno a los excesos codiciosos sin acabar con la formación de capital. Aunque la infamia de Rastani será de corta duración, puede que le haya hecho un favor a la gente con su intervención de 15 minutos.
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