Sylvia Robinson, la madre del 'hip-hop'
Productora y cantante, tuvo la idea de llevar al disco el rap
Hay vidas que rompen cualquier esquema profesional. La cantante Sylvia Robinson, que murió el miércoles en Nueva Jersey, tuvo dos memorables éxitos, separados por 15 años; sin embargo, será recordada como responsable de los primeros discos de hip-hop. Una historia extraordinaria donde intervienen la casualidad, la intuición y, bueno, la mafia.
Nacida en Harlem hace 75 años, empezó a cantar como Little Sylvia. No despegó y preparaba los estudios de enfermera cuando conoció a Joe Robinson, tipo duro que manejaba diferentes locales y negocios oscuros. Se casaron y Robinson insistió para que continuara actuando. En 1957, sonó la flauta. Con el guitarrista Mickey Baker, Sylvia grabó el atmosférico Love is strange, una adaptación de Bo Diddley. Un éxito raro que ha continuado resonando: generó millones por su inclusión en la película Dirty dancing (1987).
'Rapper's delight' fue un fenómeno comercial: 15 minutos irresistibles
Mickey & Sylvia funcionaron hasta que el guitarrista emigró a Francia. Los Robinson fundaron entonces una discográfica, bautizada All Platinum por razones prácticas: las distribuidoras pagaban por orden alfabético y convenía estar en la letra A.
Les fue bien y hasta adquirieron los archivos del histórico sello Chess. Como productora en su estudio de Englewood (Nueva Jersey), Sylvia acertó con Love on a two-way street, balada de The Moments. También quiso que Al Green grabara un tema suyo, Pillow talk. No pudo ser y Sylvia terminó editando su maqueta en 1973. Con alguna frase en español, sonaba muy erótica y triunfó, al sugerir el zeitgeist de la disco music.
No obstante, All Platinum derivó hacia los números rojos. Y Joe se metió en la cama con el demonio: pidió dinero a Morris Levy, modelo para el personaje de Hesh Rabkin en Los Soprano. Robinson y Levy se asociaron en un nuevo sello, Sugar Hill Records.
Aquí aparece ese ingrediente esencial de la industria musical que es el oportunismo. En 1979, Sylvia vio en acción a un rapero, Lovebug Starski, y pensó que aquello tenía potencial comercial. Lo de rimar sobre fragmentos instrumentales era moda en el Bronx pero nadie pensaba en grabarlo; hasta los mismos protagonistas creían que eso les dejaría a merced de los imitadores.
Con su hijo como guía, Sylvia salió a buscar raperos. En la calle probaron a varios aficionados, que debían rapear sobre el fondo musical del casete del coche. Ficharon a tres, incluyendo a un voluminoso empleado de una pizzería que, en realidad, utilizaba la libreta de rimas de un amigo.
En el estudio, sobre una base funky, los tres añadieron sus ocurrencias y las de sus coetáneos. Sylvia les denominó The Sugarhill Gang y el resultado fue Rapper's delight, 15 minutos irresistibles. Editado en maxi, se convirtió en un fenómeno comercial: hubo días que despacharon más de 50.000 ejemplares.
Y llegaron los problemas. Los miembros de Chic detectaron que la música de Rapper's delight era su Good times y se hicieron con los derechos de autor. Los artistas comprobaron que sus ventas millonarias no se correspondían con los raquíticos cheques de los Robinson. Con todo, Sugar Hill fue fugazmente la casa del rap. Allí grabaron Grandmaster Flash y los Furious Five, responsables de clásicos concienciados como The message (1982) y White lines (1983). Hasta la misma Sylvia volvió a las listas con It's good to be a queen.
Al entrar las grandes compañías en el hip-hop, subieron las apuestas. Para competir, Sugar Hill se alió con MCA, discográfica históricamente conectada con la mafia. Mala idea: igual que los Robinson desplumaban a sus artistas, ellos perdieron todo. Se quedaron incluso sin el catálogo de Chess y debieron litigar para recuperar el control de Sugar Hill. No hay honor entre ladrones.
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