Precarios e invisibles
La verdad es que hoy quedan pocos periodistas dispuestos a jugarse la vida por una buena historia, y mucho menos por contar algo que su conciencia o sentido ético les impone. Quedan pocos, y Florence Aubenas es una de ellos. Esta periodista francesa, reportera del diario Libération durante dos décadas, cubrió conflictos en Ruanda, la desaparecida Yugoslavia, Afganistán y sobre todo Irak, donde fue secuestrada durante 5 meses, en 2005. Un retrato suyo, convertido en enorme póster, estuvo colgado en la Alcaldía de París durante varios meses pidiendo su libertad. La notoriedad accidental y la terrible experiencia sin duda potenciaron su escritura y Aubenas se convirtió en una de las periodistas más leídas y queridas de Francia. En 2006, por desacuerdos con el principal accionista del diario, dejó Libé y se pasó al semanal Le Nouvel Observateur.
El muelle de Ouistreham
Florence Aubenas
Traducción de Francesc Rovira
Anagrama. Barcelona, 2011
240 páginas. 17,50 euros
De repente, en el año 2008, llegó la crisis. El mundo parecía al borde del abismo y, lo que es peor, a punto de dar un paso al frente, pero en París nada cambiaba. ¿Dónde está la crisis? Florence Aubenas decidió indagar. Cambió de identidad y se fue a vivir a la ciudad de Caen: "Me inscribí en el paro con un título de bachillerato por todo bagaje. Aseguré que me acababa de separar de un hombre con el que había convivido durante veinte años que satisfacía todas mis necesidades, lo que explicaba que no pudiera acreditar ninguna actividad profesional durante todo ese tiempo". Con esa coartada, el pelo teñido y gafas oscuras ingresó por algo más de seis meses en el mundo de los franceses sin empleo fijo, los que están fuera del sistema y luchan por no caer al fondo del hoyo, los que perdieron la esperanza de un trabajo estable y sólo buscan "horas de trabajo" no cualificado; un mundo de vanas esperanzas, promesas, resentimiento y miedo; de personas que en cualquier momento podrían reventar, quizá cometiendo alguna locura, pero donde también hay alegría, amistad, solidaridad.
El resultado es El muelle de Ouistreham, una extraordinaria crónica escrita con armas literarias que, por eso mismo, se lee como una novela. Una certera narración que abre la puerta de un mundo, lo describe con desenvoltura, da vida a quienes habitan en él y cuenta una historia dramática, aunque sin lástima. Lleva al lector a reconocerse con los problemas y angustias de los personajes, que resultan ser reales. De carne y hueso. Como Philippe el tuerto, orgulloso de su minusvalía que interesa a los empleadores porque les permite desgravar su salario; la joven Karine, que se hartó de limpiar la caca del perro de la directora y salió de la oficina dándole una cachetada (a la directora), o Mimi la transexual, la más bella y osada, entre muchos otros. Y ese mundo áspero, neblinoso, en el que, a las cinco de la mañana y durante una hora (a 8,94 euros), o a las nueve de la noche, se hace la limpieza de los sanis (aseos) del transbordador que va a Inglaterra desde el muelle de Ouistreham (dos horas de desplazamiento por una hora de trabajo), sin que nadie los vea: "En el transbordador todo se puede negociar, todo se puede perdonar, menos los pasajeros. Hay que hacerse invisible cuando bajan y suben a bordo, desaparecer cuando se acercan por los corredores".
El enorme éxito del libro en Francia generó acciones solidarias y dio un poco de dignidad al desempleado, que en ocasiones era visto como un predelincuente. También logró que los poderes públicos subrayaran de nuevo en sus agendas el problema del empleo precario y, por supuesto, el trato en las oficinas del Estado. En suma: una mirada comprometida sobre una de las caras ocultas, por momentos invisible de la crisis.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.