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Columna
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Rodeados de posibles heroísmos

Parece que el PP sale de su relativo letargo, tal vez porque Mariano Rajoy ha decidido aparcar su gandulería, mientras Rubalcaba se desgañita aquí y allá sin acabar de remontar y Felipe González lamenta que su partido se mantenga como de brazos caídos. Por aquí, Francisco Camps asoma de nuevo la patita mientras Rita Barberá ni confirma ni desmiente que se presente como candidata al Congreso. No parece plausible que nuestra Rita tenga pensado colocar a su querido amigo Camps al frente del Ayuntamiento de Valencia, aunque la ventaja del expresidente sería disponer de una buena farmacia a tiro de piedra de su despacho, que no es poca cosa en los tiempos que corren.

Por lo demás, como casi todo está en ciernes de ser desmantelado, los ricos caritativos deberían de apresurarse en el abono de los diezmos que con tanta insistencia solicitan, no vaya a suceder que lleguen tarde y ya su inestimable apoyo sea innecesario en medio de las ruinas. Cómo hemos llegado a esta situación de desastre es algo que casi nadie entiende, y los grandes expertos en economía se exprimen los sesos por ver de comprender algo de lo que pasa y, lo que viene a ser peor, de lo que pasará. La situación es tal que el Titanic económico europeo está a punto de irse a pique sin que haya subvenciones ni para pagar a la inmutable orquesta que ameniza el desastre hasta el final, un desastre en cuyo origen puede detectarse un deterioro de la democracia a manos de un puñado de especuladores que finalmente ni sabrán qué hacer con tanto dinero, como no sea encender sus cigarros con billetes de quinientos euros.

Precisamente, una medida que no figura por ahora en el programa de Rubalcaba es dejar de imprimir tan glorioso billetaje, con lo que conseguiría que bien la corrupción se largue para otros lugares o bien que se vean obligados a fundirse tanta pela en maletas grandes, quizás incluso en contenedores, cambio de hábitos de tal envergadura que bien podría servir como indicio de delito a los funcionarios anticorrupción. Se me ocurren otras muchas medidas para frenar toda esa retahíla de malas prácticas, pero son tan simples que posiblemente ya han sido infravaloradas y descartadas en nombre de una complejidad inventada o exagerada muchas veces.

¿Qué más decir ante este panorama, salvo expresar un amplio repertorio de miedos, temores y tristezas infinitas? Pues que los indignados, los parados, los sanitarios en crisis, los enseñantes menospreciados, los dependientes sin cobertura, los pequeños comerciantes, los jóvenes emprendedores, los profesores universitarios, los que afanan los grifos de las fuentes públicas o las familias que no llegan a fin de mes no van poder resolver esta masacre. Y que tampoco parece verosímil que vayan a resolverla los que la provocaron. Y se diría que no les importa demasiado.

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