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Columna
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La política del rencor

Una mañana del otoño de 1996, trotando por el Parque de María Luisa de Sevilla, vi cómo se acercaba un corredor que me parecía conocido. Cuando pasó a mi lado, lo reconocí.

Muchos años después, me crucé con el mismo hombre en un carril bici de la Avenida de la Palmera. Él empujaba el cochecito de un bebé. Era su nieto. Lo saludé.

Era el mismo hombre, con menos pelo, algunas arrugas, los hombros más abatidos, pero con una enorme sonrisa dibujaba en su rostro. La misma que exhiben todos los abuelos del mundo cuando sacan a pasear a su nieto.

En esos tres lustros, creo haber conocido a Manuel Chaves, el hombre y el político. El abuelo y el vicepresidente del Gobierno de España. He seguido su trayectoria personal y política. El resumen es escueto: como diría Machado, y en el buen sentido de la palabra, es un hombre bueno. Y un político honrado.

Por eso, es irritante ver cómo sus adversarios políticos intentan una y otra vez destruir su imagen. Peor aún, acosan a su familia para hundirlo. Han inventado patrañas sobre sus hermanos y contra los padres de esos nietos que con tanto orgullo pasea por la Palmera sevillana.

El director de la orquesta que persigue con tenaz inquina a Chaves es el dirigente del PP andaluz Javier Arenas. Cuenta con un nutrido batallón de plumillas que, a cambio, esperan impacientes el momento de cobrarle los favores prestados.

Pero unos y otros han topado con el Tribunal Supremo (TS).

Por segunda vez en algo más de año y medio, el alto tribunal ha desmontado las fábulas urdidas al calor del resentimiento. En febrero de 2010, el TS archivaba la denuncia presentada por el PP y el seudosindicato ultraderechista Manos Limpias contra Chaves. Por cierto: ¡vaya compañeros de viaje que tiene Arenas! El tribunal, por unanimidad, dictaminó que la acusación de prevaricación y tráfico de influencias era una simple "conjetura" que ni siquiera llegaba al nivel de "indicio". Es decir, Chaves no prevaricó cuando su gobierno dio el visto bueno a una subvención a la empresa Minas Aguas Teñidas (Matsa), en la que trabaja una hija del vicepresidente.

Pero Arenas no podía soltar esa presa que deseaba herida de muerte. Agotada la vía penal, su partido recurrió a la contenciosa-administrativa. El Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA) decretó en enero de este año que la Junta abriera un expediente para averiguar si Chaves tenía que haberse inhibido o no cuando, como presidente de la Junta, autorizó esa subvención de 10 millones.

Nueve meses después, llega la segunda respuesta judicial: el Supremo da carpetazo al asunto y afirma que el PP no está "legitimado" para presentar recurso alguno. Chaves, 2-Arenas, 0.

En todo ese tiempo, casi tres años, la familia Chaves ha sufrido el acoso del batallón mediático que dispara a las órdenes de Arenas. Han hurgado sin la más mínima ética profesional en la vida privada de la familia del vicepresidente. No le perdonan que derrotara seis veces al PP en las urnas.

Conscientes de que la subvención a Matsa era perfectamente legal, los populares urdieron en abril otra patraña: acusaron al otro hijo de Chaves de tratos de favor en sus relaciones profesionales con organismos de la Junta. Aunque la trompetería del batallón mediático fue atronadora, no hubo nueces. Nadie ha presentado denuncia alguna en ningún juzgado contra Iván Chaves.

Pero la sospecha está sembrada. El mal está hecho. Por desgracia, nadie reconocerá el error y lo infundado de estas acusaciones.

Arenas, que pretende alargar todo lo que pueda esta farsa, ha dicho: "no pienso pedir perdón a Chaves". Chaves no esperaba otra cosa y le replica: "Para pedir disculpas se exige mucha altura de miras, y de eso andan bastante escasos en el PP".

Pero andan sobrados de rencor y resentimiento.

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