Modern, Mad y...
Los premios Emmy tuvieron dos ganadores destacados la noche del domingo. Modern Family, serie de ABC que en España emite Fox, consagra lo que se entiende en la televisión comercial norteamericana por una serie transgresora, con su brisa de libertad frente al puritanismo tradicional. Pero detrás del humor desabrochado hay un vicio adquirido por la disfuncionalidad excesivamente fabricada. En muchos episodios, la construcción del chiste se lleva por delante todo lo demás, desactiva la real transgresión, convirtiendo en amable lo que debería ser perturbador. Es una línea sutil, pero agua la dinamita de la que la serie presume. Queda la rítmica comedia que tan hábilmente saben levantar las productoras norteamericanas, pero lejos del vitriolo de Enredo o Los Simpson.
La otra campeona resulta ser Mad Men, que se impone por cuarto año como mejor serie dramática, algo que antes solo lograron Canción triste de Hill Street, La ley de Los Ángeles o El ala oeste de la Casa Blanca, todas ellas volcadas sobre profesionales en su entorno laboral, con conocimiento bastante profundo de sus resortes y necesidades, con perfil maduro, bien escritas y que dejan tras cada hallazgo una especie de recuento sociológico del tiempo que retratan. Todo una directriz exitosa, pero no tan a menudo transitada.
El otro premiado destacable, por encima de la pedrea que consoló producciones cuidadas como Friday Night Lights, Boardwalk Empire, Mildred Pierce o la británica Downton Abbey, fue el Daily Show de Jon Stewart. Es la novena vez que este informativo afilado e inteligente gana el premio. Por séptima vez se reconoce su escritura en particular, que lo ha convertido en creador de opinión entre los universitarios norteamericanos, su público natural en Comedy Central, a los que nutre de un pensamiento crítico resistente al mantra neoconservador del canal Fox, que retransmitió la gala con censura incluida de un chiste sobre el escándalo de las escuchas. Stewart convocó a más de 200.000 personas este año en Washington para reclamar la vuelta del sentido común a la política nacional y destaponar la inmovilista rivalidad entre partidos. Al día siguiente, volvió a hacer buena televisión frente a la terca realidad.
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