Enfadarse
¿Qué le pasa a Guardiola? La última intervención del técnico provocó multitud de interpretaciones, alguna extrema, sobre todo por parte de quienes advirtieron síntomas de cansancio y preocupación en el entrenador, señal de que no tardará demasiado en abandonar el banquillo del Camp Nou, aunque sea porque una vez se le escapó que cinco años son muchos en un mismo equipo y ahora ya va por el cuarto.
Al igual que ya ocurrió la temporada pasada cuando señaló a Mourinho, Guardiola sintió que tenía que salir en defensa de su equipo por la crítica recibida en los partidos con la Real y el Milan. Igual se excedió, puede que no hiciera falta tanta retranca, acostumbrada la audiencia a declaraciones pedagógicas. Hay quien sostiene que Guardiola se exige ganar por el miedo a perder, así que dos empates le habrían sacado de punto.
A Guardiola le disgusta que se metan más con sus jugadores que con sus planteamientos, aunque sea por temor reverencial; le incomoda que todavía se imponga el resultadismo más que el análisis después de tres años de triunfos ininterrumpidos; y le desquicia que se le utilice como referente de todo: la mayoría de sus expresiones y gestos se venden como recetas para el éxito, del tal manera que cuando no se triunfa suenan grotescas.
No por levantarse más temprano o bajar al sótano se ganan los partidos, ni se pierden por tener la barriga llena. La figura de Guardiola se ha agrandado tanto que jamás se le juzga con naturalidad sino con desmesura. Exigente consigo mismo, el propio técnico asume a menudo un desgaste innecesario, habla por los futbolistas y el presidente, funciona como escudo ante el Madrid. Florentino sabe que el éxito del Madrid pasa por hacer que Guardiola se canse del Barça.
Así las cosas, al barcelonismo le conviene interpretar que Guardiola ayer estaba simplemente cabreado, a su manera, como cualquier culé se enfada cuando su equipo no gana.
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