Camino de perfección
Era esta, sin duda, una exposición necesaria. Y, si quieren, no solo -o no tanto- porque concrete el reconocimiento debido a una de las trayectorias creativas de ambición más radical y despojada en la plástica española del último medio siglo, como porque permita al fin calibrar, en toda su intrincada complejidad, el verdadero alcance y densidad de la aventura visionaria emprendida, a partir de la definitiva concreción, a finales de la década de los sesenta, de su vía especulativa más íntimamente distintiva, por la artista madrileña Elena Asins. Aunque sin prodigarse excesivamente, Elena Asins ha venido exponiendo con regularidad a lo largo de toda la trayectoria, bien que a menudo esa eventual visión fragmentada de un trabajo creativo tan concentrado en su indagación analítica, ajeno a cualquier digresión ocasional o contagio del vaivén de las modas circundantes, resultando siempre admirable en su rigor y resonancia lírica, no siempre ha dejado fácilmente tomar conciencia de la extrema riqueza de registros que ha ido acumulando en su fuga insondable.
Elena Asins
Fragmentos de la memoria
Museo Reina Sofía
Santa Isabel, 52. Madrid
Hasta el 31 de octubre
De ahí la oportunidad de este encuentro donde se hace plenamente transparente la coherencia de esa enigmática ecuación en la que se funden, como rostros de una misma moneda, diversidad y pulsión unitaria. La ambición experimental de Elena Asins le llevaría a explorar múltiples campos, desde la estirpe de las poesías visuales y concretas, el letrismo o el arte óptico. Pero uno advierte de inmediato cómo, aun en esa dispersión, todo acaba confluyendo, pues se impone a la postre una indagación conceptual y sintáctica de naturaleza vertebral. Buen ejemplo de ello resulta su acercamiento al computador, que se inicia, en fase bien temprana, con la participación en los hoy míticos seminarios de generación de formas plásticas del Centro de Cálculo de la Complutense, y donde Asins será, de entre todos aquellos pioneros, quien haga una aplicación a su búsqueda más insistente y fecunda, que se prolonga de hecho hasta el presente. Pero a diferencia de la pauta habitual de cuantos se dejan fascinar por las potencialidades del medio, en su caso el ordenador es siempre una herramienta al servicio del proceso de desarrollo de esas secuencias estructurales sobre las que ha acuñado su meditación más íntima y esencial. Concentración que, a la par, se expande, pues, como procesos que interrogan la formulación y desarrollo de un ordenamiento armónico en el tiempo y el espacio, hace finalmente explícitos sus vínculos analógicos con los ámbitos de la música y la arquitectura utópica, hasta concluir, ya en la deriva más reciente de los dólmenes y menhires, en su límite de resonancia simbólica de ambición más trascendente.
Es de destacar, en todo caso, asimismo, el acierto en el montaje de la muestra, no precisamente fácil a la hora de mostrar un trabajo de esta índole. Resuelto mediante la intercalación a lo largo del itinerario de determinados puntos de inflexión que rentabilizan estratégicamente las piezas de mayor impacto escénico, como ocurre en el módulo central del recorrido de ida, con las grandes composiciones ópticas o, en el de retorno, con la selección de vídeos que, por cierto, resultan altamente esclarecedores, a modo de recapitulación de lo visto hasta entonces por el visitante, en relación con las claves del desarrollo procesual que nutre el impulso generador del trabajo de la artista. Y como, por igual, sitúan otros tantos enclaves de condensación mayor la sobrecogedora inmersión en el abismo de tinieblas de su instalación Agujero negro o la espectacular sala dedicada a la serie Paradigma for scale.
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