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Columna
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Los nuevos mercaderes

En 2008, con motivo de las elecciones generales celebradas en aquellas fechas, tuvieron lugar dos debates cara a cara entre el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y el aspirante a la Moncloa por el PP, Mariano Rajoy. De aquellos debates, que tuve que seguir con atención para comentarlos para nuestra televisión pública, recuerdo la reiterada negativa de Zapatero a reconocer la crisis, pese a que ya entonces existían síntomas inequívocos de la misma, y a un Rajoy que denunciaba la ceguera política del presidente y anunciaba la catástrofe que se nos venía encima, pero que a continuación, y sin solución de continuidad, prometía dos millones de puestos de trabajo netos, 300.000 nuevas escuelas infantiles y la rebaja de impuestos. Es posible, como afirmaba mucha gente, que Zapatero estuviera en Venus y no en la Tierra, pero entonces habría que reconocer que, cuando formuló su propuesta, Rajoy no debía de estar muy lejos de Ganímedes.

Los discursos de Rajoy y Feijóo en Soutomaior no son más que insoportable cantinela electoralista

El pasado fin de semana, en el tradicional acto de inauguración del curso político del PP en Soutomaior, Rajoy volvió a repetir su consabida cantinela del 2008: creación de puestos de trabajo con menos impuestos y reducción drástica del gasto público. Para respaldar su discurso presentó a Feijóo como pionero de esta política antisocial y los duros recortes de María Dolores de Cospedal como ejemplo a seguir en toda España. Como los hechos demuestran, los discursos de Rajoy y Feijóo en Soutomaior no son más que insoportable retórica electoralista, o, a lo sumo, un desiderátum sin fundamento. Porque, en efecto, esta política, que no es otra cosa que la subordinación a los mercados, ha fracasado estrepitosamente tanto en Europa como en Estados Unidos, como demuestran los datos y denuncian destacados premios Nobel de Economía como Paul Krugman, Joseph Stiglitz o Eric Maskin, que aseguran que los Gobiernos necesitan gastar mucho más dinero para crear empleo y activar una economía deprimida.

En la misma dirección se ha pronunciado el Consejo para el Futuro de Europa, organismo formado por conocidos exlíderes europeos (González, Delors, Schröder, Brown...) destacados premios Nobel y relevantes intelectuales, que además proclaman que, contra la crisis y los especuladores, es necesaria más Europa, y, entre otras medidas, proponen "establecer la visión de una federación europea que vaya más allá del mandato económico y fiscal y que incluya la política de seguridad común, la energía, el cambio climático, la inmigración, la política exterior y la definición del papel que la Unión debe jugar en un mundo en el que está cambiando a velocidad de vértigo la economía y las relaciones de poder en el planeta".

Por una sencilla asociación de ideas, este debate sobre cómo hacer frente a la crisis y a la tiranía de los mercados me ha llevado a recordar el argumento de El mercader de Venecia, obra teatral escrita por William Shakespeare a finales del siglo XVI. En dicha obra, un noble pero pobre veneciano, Bessanio, le pide a su mejor amigo, Antonio, un rico comerciante, la suma de 3.000 ducados para poder casarse con su prometida Porcia. Antonio, que tiene toda su fortuna invertida en su flota de barcos que surcan las rutas comerciales venecianas, decide pedirle prestada esa suma a Shylock, un judío usurero. Shylock acepta prestar el dinero con la condición de que, si la suma no es devuelta en la fecha fijada, Antonio tendrá que dar una libra de su carne extraída de la zona del corazón. Los barcos de Antonio naufragan y la deuda no se paga. El usurero reclama su derecho a la libra de carne y la situación desemboca en un juicio presidido por el duque de Venecia, al que asiste Porcia disfrazada de abogado. Porcia da la razón a Shylock y admite que éste, por ley, puede cobrarse la libra de carne. Pero Porcia advierte que solo puede ser carne y que Shylock no puede derramar una sola gota de sangre. Ante esta propuesta, el judío desiste en su reclamación y el duque termina por expropiar sus riquezas, parte de las cuales pasan al Estado.

A diferencia de lo que hacen los actuales dirigentes europeos, Zapatero y Rajoy incluidos, los poderes políticos de la Unión deberían releer esta obra shakesperiana y dejarle muy claro a los nuevos mercaderes que, en efecto, tienen derecho a cobrar sus deudas (libra de carne), pero que no están dispuestos a que ello se haga a costa del Estado de bienestar y de la democracia; es decir, que no se les concederá ni una sola gota de sangre. Afortunadamente, empiezan a aparecer Porcias capaces de proponer fórmulas innovadoras para desmontar los argumentos de los usureros de este mundo, pero, por desgracia, no se vislumbra todavía quien puede ejercer el papel del duque de Venecia, capaz de ponerlos en su sitio. Convendría, pues, que los dirigentes europeos cambien, por fin, la posibilidad de seguir siendo reyezuelos en su aldea, a las órdenes de los mercados, por la suerte incierta de ser alguien en el mundo.

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