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Columna
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La Transversal Conservadora

Días de júbilo en la Transversal Conservadora. La envalentonada alianza, cada vez menos invisible y más grotesca, que hermana actitudes, valores y humores de los conservadores, que anidan en el Partido Popular, en algunas formaciones nacionalistas y en el Partido Socialista, solo suma clamorosas victorias. La última de las muchas celebradas es la precipitada reforma constitucional para determinar un techo de gasto y fijar un virtuoso patrón de conducta respecto del déficit público, primer escalón del ansiado retorno a los consensos bipartidistas de los buenos tiempos y un destello de las muchas bondades que nos regalaría una informal Gran Coalición entre el PSOE y el PP.

Sin duda, el éxito más duradero de la Transversal Conservadora es haber convencido incluso a los ciudadanos más incrédulos de que los programas de los socialdemócratas hispanos y de la derecha marianista apenas son dos tibias variantes, en aspectos no fundamentales, de una misma política. Le deben a Alfredo Pérez Rubalcaba esta sentencia que es ahora su principal divisa: "Con tanta deuda que pagar, no hay políticas de izquierda ni de derecha". No hay que ser políticamente muy despierto para saber que con esa soga estrangularán el futuro electoral de Rubalcaba y del PSOE. En la práctica, Rodríguez Zapatero inició ya, y sin avisar a sus correligionarios, el traspaso de poderes al nuevo presidente Mariano Rajoy.

La transferencia de lealtades de los electores del PSOE a otros partidos de izquierda es mínima

Conservaduros, conservadores y progresistas de misa y olla están además muy satisfechos de que la reforma constitucional se haya hecho con una (in)sensibilidad política que es una enmienda a la totalidad de las demandas de (re)democratización expresadas desde el 15-M. La versión remendada del artículo 135 de la Constitución es una amorosa prenda para ganarse los favores del rudos señores de los mercados en la peor tradición de Te doy mis ojos y consagra una vieja política del Estado español que rige tanto en asuntos internos como internacionales: ser fuerte con los débiles y débil con los fuertes. Con la elegancia de los matones de discoteca, la clase (realmente) dirigente determina quien puede entrar y salir y destroza utopías rebeldes. Sus gallardas formas anuncian futuros de menos democracia y de peor calidad.

El poderío de la Transversal Conservadora crece sin freno ante la raquítica influencia de la Transversal Progresista. La Iniciativa Ben Común, que no morirá de éxito, hizo una propuesta de candidatura ciudadana y unitaria para el Senado que fue rechazada rotundamente, con mayor o menor timidez, por el BNG, Esquerda Unida y el PSdeG. Pablo García, secretario de Organización del PSdeG, despejó toda duda: "No veo demanda ni de los votantes ni de los militantes para esa coalición". Eso es mucho ver. Ya saben, Galicia, a pesar de estar catastróficamente gobernada por la derecha, no quiere alianzas progresistas. Otros, con orgullo de partido, manifestaron una confianza ciega en el éxito de su marca y se juramentaron para no crear confusiones electorales innecesarias. Ya nadie se confunde: ganará soberbiamente el PPdeG, solo queda por saber si será una victoria holgada o aplastante.

Hay sesudos estrategas que consideran que el giro a la derecha del PSOE ordena el caos y singulariza a las fuerzas auténticamente de izquierdas que, así, estarán en mejores condiciones para beneficiarse de la erosión electoral de los socialistas. El último sondeo del CIS ofrece un panorama mucho más turbio: la transferencia de lealtades de los electores del Partido Socialista hacia otras formaciones de izquierda es mínima; serán muchos los que se entregarán desalentados al Partido de la Abstención y, según las estimaciones, el PP engrosará, gracias a la desafección de antiguos votantes del PSOE, un millón de votos, lo que supondrá aproximadamente el 10% de su caja electoral.

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Iremos a peor si damos por buena la imagen leninista que nos ofrecen los dirigentes del PSOE como el único partido europeo donde reina un centralismo democrático y emocional que cancela toda disconformidad o (auto)crítica entre sus bases. Hay miles de militantes, simpatizantes y electores socialistas que rechazan el actual desnorte estratégico de su partido y desean recuperarlo como una fuerza decisiva para el cambio político en Galicia, en el Estado y en Europa. Después del 20-N, una vez bendecido en la urnas un abusivo dominio gubernamental del PP, todos veremos las cosas de modo diferente. Cuesta imaginarlo, pero hay que conseguir que el PSdeG se divorcie de la Transversal Conservadora. Si no, podemos estar absolutamente seguros de que vendrán más años malos que nos harán aún más ciegos.

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