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Columna
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La crisis y el olor a sexo

¿Y si la crisis formara parte del mundo de la violencia de género? ¿Y si la crisis no fuera sino una manifestación machista en los últimos episodios del patriarcado? ¿Y si la crisis no fuera, en fin, sino un terrible estertor del hombre-hombre corrompido y en extinción?

Una pareja de profesores, Lina Gálvez y Juan Torres, publicaron en 2010 un libro Desiguales. Mujeres y hombres frente a la crisis económica (Icaria. Barcelona) donde la mirada femenina percibía, entre los olores de las hipotecas basura, las sangrías bancarias, las tempestades financieras y el paro rampante, moléculas de testosterona que, en suma, habrían sido la simiente de la ambición, la competencia y el furor del dinero por encima de todo bien. Una simiente, una locura que no compartían las mujeres, sino en una pequeña y opuesta medida puesto que fue precisamente una mujer, Brooskley Born, presidenta de la Commodity Futures Trading Commissión (CFTC) la que compareció hasta 17 veces en el Congreso de Estados Unidos para reclamar la regulación de los productos derivados, tan nocivos para la estabilidad financiera. No solo esta señora fracasó y no se atendieron sus advertencias, sino que incluso se mofaron de sus opiniones tanto en la Administración de Bush como en la de Clinton. Finalmente, hastiada de machos sordos, renunció a su puesto.

El descrédito de la autoridad económica es también el descrédito de un sexo caduco

Sin necesidad de renunciar a sus puestos, solo un 18% de mujeres figuran en el Consejo del Banco de España y apenas un 5% en el Banco Central Europeo. Cada vez que se asciende hacia la cima van cayendo mujeres. Wall Street huele, de siempre, a semental y no se diga ya de las vetustas cajas de ahorro de España donde entre los 100 miembros de su Asamblea General no hay una mujer tan solo.

Las cajas han sido más bien bastas en su contabilidad y nunca han respirado un ligero perfume de mujer. Las escupideras que poblaban los clubes y casinos -exclusivamente masculinos- de hace 60 años representan el emblema de esa institución por donde han entrado y salido poderosos hombres.

¿Podría entonces haberse evitado la crisis con dirigentes femeninos? ¿Y las guerras mundiales, podrían haberse eludido? ¿Y la bomba atómica sobre Hiroshima, la habría lanzado una mujer? No puede saberse, pero los ejércitos siempre desprendieron el profundo olor de los urinarios masculinos, semejantes a los del fútbol, y todas las bombas explotan, hasta ahora, como metáforas testiculares en la gran conflagración.

Por otra parte, si ellas son en las guerras las que más desempeñan las labores de cuidadoras y enfermeras, en la gran crisis se comportan de la similar manera asistencial atendiendo a las víctimas familiares en paro o necesitadas de cuidados que ya no pueden pagar ni la economía privada ni el presupuesto de la comunidad.

Una constelación de factores, no estrictamente económicos, convergen en la hecatombe actual, sin explicación convincente ni final visible. Esos componentes, que no son exclusivamente la deuda soberana o la represión de la liquidez, tienen que ver con el talante personal de los que han comandado el desastre y la crueldad con la que se ha pretendido frenarla. Fuerza contra fuerza, músculo contra músculo, potencia sin finura ni intuición.

Y esto vale también, naturalmente, para los personajes de genitales femeninos que han asumido lo masculino como la identidad más ventajosa para mandar o ascender. Prácticamente todas las mujeres relevantes que han cooperado en acentuar el dolor de la catástrofe o a endurecer las fórmulas de rescate se han comportado como los personajes de las antiguas representaciones teatrales en las que solo se admitía la presencia de hombres o, clandestinamente, de mujeres disfrazadas de varón.

¿Un consuelo? ¿Alguna ventaja sexual? El mayor consuelo radica acaso en que el descrédito de la autoridad económica es también el descrédito de un sexo caduco y que tras su muerte queda aún, afortunadamente, otro por probar.

Y consuelo también, triste consuelo, es que así como la riqueza no hizo sino aumentar las desigualdades y la discriminación, en la adversidad hombres y mujeres se acercan rebozados en la misma menesterosidad. No puede considerarse, claro está, una victoria pero ¿quién no nos dice que en el futuro, unos y otros, desde estatus ya igualados trabajen juntos a la manera más fecunda que se derive de mezclar mentalidades, la mirada crítica y el contenido del corazón?

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