El urbanismo de vanguardia contraataca
Fin de ciclo, fin de una era: nada ilustra mejor el cambio de rumbo en la arquitectura actual como el espectáculo de Santiago Calatrava respondiendo ante un juez por los excesos y opacidades de sus honorarios en el caso de la Ópera de Palma de Mallorca. Se cierra como se puede otro proyecto desbordado en concepto, tamaño y presupuesto, la Ciudad de la Cultura de Peter Eisenman, y otros grandes proyectos se desvanecen. ¿Sigue con vida la Ciudad del Flamenco de Herzog y De Meuron para Jerez de la Frontera, anunciada en 2003? ¿O el Palacio de Congresos de Córdoba de Rem Koolhaas, de 2002? Sus promotores insistirán en que sí, mientras las probabilidades de su culminación disminuyen cada año que pasa.
El instituto de Rafal demuestra también la necesidad de renovar los modos vigentes de planificación territorial
Anticipando la caída de esta arquitectura de propósitos excesivos, la profesión no ha tardado en emprender las tareas de reconversión -de hecho, es la oportunidad que muchos, muy críticos con la arquitectura como en una especie de atracción ferial, han estado esperando-. Recientes premios Pritzker han destacado las obras íntimas y locales de Peter Zumthor y Eduardo Souto de Moura, y los misteriosos proyectos sobre la ausencia de Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa. La XI Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo ha otorgado este año su máximo galardón a un modesto proyecto provincial de vivienda pública (en Mieres, Asturias, de Zigzag Arquitectura). La Fundación Arquitectura y Sociedad organizó un congreso el pasado verano en Pamplona con el significativo título Más por menos. Y todos hablan de la sostenibilidad.
Pero ante esta reclusión defensiva en un discurso formal más contenido, otros arquitectos españoles, muchos de ellos de una generación más joven, han abierto un nuevo frente: un ataque frontal a las deficiencias de una planificación urbana rapaz y sin calidad, otra de las grandes patologías de la burbuja especulativa.
En vez de pedir menos a la arquitectura, exigen más a su entorno. Demuestran con sus obras que la arquitectura es capaz de enriquecer la vida a un nivel local y cotidiano. Su meta no es crear monumentos sino fomentar vitalidad urbana en modestos barrios residenciales. Pero esta tarea no se puede realizar exclusivamente a través de obras singulares. Requiere -y este es su reclamo principal- que los planes urbanos con que cada municipio regula su crecimiento se planteen no como crudos instrumentos técnicos, sino con la misma sensibilidad, rigor y compromiso con que los arquitectos confrontan sus mejores obras.
Un ejemplo llamativo de este enfrentamiento se ha producido en un nuevo barrio del pueblo alicantino de Rafal, de 4.000 habitantes. El Grupo Aranea, liderado por el arquitecto Francisco Leiva, de 38 años, ha convertido su proyecto para el instituto secundario del pueblo (Premio FAD de 2010) en un manifiesto de lo que se debe y no se debe hacer en el desarrollo territorial, "un golpe sobre la mesa" en palabras de Leiva.
Al empezar el proyecto en 2003, en plena euforia del bum, el equipo se encontró con un solar dentro de una urbanización que doblaba el tamaño del pueblo. Sobre hilos de pequeños solares, constructores y propietarios individuales habían empezado a construir chalés sobredimensionados que los ocupaban casi por completo. Los chalés estaban realizados en los ostentosos estilos típicos de la costa, con ladrillos vidriados, exóticos mármoles, hierros ornamentales y amplias terrazas rematadas con balaustradas palaciegas. Con la crisis el barrio se quedó con manzanas enteras vacías. Cuenta Leiva: "Estamos hablando de uno de los pueblos más duros de Alicante. Eran campos de limoneros. Era precioso, una huerta horizontal de la vega baja, muy rica. Siempre intentamos en nuestro trabajo plantear una continuidad con lo existente, una arquitectura muy vinculada a la agricultura, a las líneas del terreno. Pero en Rafal no hemos podido hacer esa arquitectura. Se habían cargado todo".
Su respuesta ha sido crear un edificio que da la espalda al pueblo y se abre hacia dentro. Desarrolla en miniatura todas las propiedades urbanas que faltan en la urbanización que lo rodea, donde el espacio público consiste en estrechas aceras, calles asfaltadas y poco más. La escuela conforma una pequeña comunidad de aulas agrupadas en torres, con pasarelas, patios, terrazas, aulas al aire libre y otros puntos de encuentro, organizados alrededor de un espacio central que funciona a la vez como pista deportiva. La vida social del instituto se centra aquí, en las gradas ante la pista, que están integradas en el sistema de circulación del centro y cubiertas en parte por césped artificial de color malva, creando un punto de informalidad dentro de la disciplina de la vida escolar.
Leiva explica así su estrategia: "No hemos podido cambiar Rafal con este proyecto, es demasiado pequeño. Pero vamos a intentar dar una oportunidad a una nueva generación. Es para los estudiantes. Vamos a intentar meterles en la cabeza que pueden cambiar las cosas. Hemos sido un poco duros con sus padres, que no están haciéndolo muy bien. Sus casas han quedado cara a cara con un muro de hormigón y no van a entender nada".
En vez de los ladrillos y baldosas brillantes de sus vecinos, los muros del centro son de un hormigón gris de textura rugosa, donde se ha dejado visible la huella de las tablas de madera de su encofrado, una técnica que recuerda al Brutalismo de los años cincuenta y sesenta, otra vez de moda en las escuelas de arquitectura. También es de la época brutalista el concepto de la arquitectura como espacio social, siguiendo las teorías del grupo Team X, formado por Alison y Peter Smithson en Reino Unido, Aldo van Eyck en Holanda y otros. La complejidad formal del proyecto no es el resultado de una voluntad expresiva; es una tabla de juego para el despliegue y desarrollo de las complejas interrelaciones sociales del centro.
Los arquitectos del Team X estaban muy interesados en el urbanismo, y la organización social de sus edificios refleja sus teorías sobre la ciudad orgánica y su crecimiento. Protagonizaron el último intento de hacer lo que podemos llamar un urbanismo de vanguardia, siguiendo los pasos del Movimiento Moderno de los años veinte y treinta. El fracaso social de varios de los intentos de aplicar sus teorías acabó desacreditándolas, aunque quizás de una forma demasiado abrupta y radical, y en su lugar se impuso la nostalgia posmoderna por la ciudad tradicional de calles y manzanas, la ciudad del siglo XIX. Es el modelo que todavía rige, aunque de una manera puramente formal y vacía de sentido, sobre la planificación urbana en España, como vemos en los nuevos Ensanches de Madrid, o más brutalmente en Rafal. El instituto de Rafal demuestra la necesidad de renovar los modos vigentes de planificación territorial, de abandonar fórmulas estériles y repensar la ciudad como tejido social.
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