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Mi verdadera historia

DÍA 30

A los cuatro días de vivir en la casa de mi padre percibo un cambio en su modo de mirarme, como si me hubiera perdonado ser un autor Coca-Cola, incluso como si de repente me quisiera. Quizá le fascina el hecho de que me acueste con chicas sin piernas. Lo cierto es que disfruta presumiendo de "hijo raro" ante Sara. Eso me gusta por un lado y me apena por otro, pues lo que yo más he deseado en la vida es ser normal. Pienso que se relaciona conmigo como con sus libros, a los que aprecia más o menos basándose en su singularidad. Ha descubierto en fin que tiene un hijo como el que descubre en su biblioteca un volumen interesante, de bibliófilo, cuya existencia ignoraba. Su descubrimiento guarda un vínculo incomprensible con el hecho de tener una novia apenas unos años mayor que yo. Convivir con los dos, con la novia y conmigo, bajo el mismo techo le provoca una excitación que, sin saber por qué, me resulta sombría.

Quizá le fascina el hecho de que me acueste con chicas sin piernas

Un día estoy en mi dormitorio, escribiendo un relato sobre un huérfano, cuando entra mi padre (sin llamar, por cierto). ¿Qué haces?, dice. Escribo un cuento, digo yo. ¿Sobre qué?, dice él. Sobre un huérfano, digo yo. ¿Es autobiográfico?, pregunta él con una sonrisa irónica. Bastante, respondo yo ruborizándome. Mi padre se queda mirándome sin pudor alguno mientras digiere algo que le pasa por la cabeza. Yo intento, sin lograrlo, mantenerle la mirada. Tengo la impresión de que ha bebido o de que ha averiguado algo acerca de mí que le resulta interesante (¿le habrá contado algo mi madre?).

Al cabo del rato, tras echar un vistazo a sus libros, amontonados por el suelo, dice: ¿Lees mucho? No leo nada, digo. ¿Y por qué escribes?, pregunta él. Porque tú lees, respondo yo, si hubieras sido funcionario de prisiones habría sido preso. Los ojos de mi padre se ensombrecen, como si una nube negra se hubiera detenido sobre sus párpados. Luego se da la vuelta y hace ademán de salir, pero se arrepiente enseguida. Ahí está, mirándome de nuevo como el que observa un enigma, un rompecabezas, como el que reflexiona sobre un problema en cuya resolución se juega algo. Déjate de huérfanos, dice al fin, escribe tu verdadera historia.

EDUARDO ESTRADA

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