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La dignidad de Europa

Santiago de Compostela al ejemplo para otros continentes: el 13 de agosto, esa antesala de las primarias del partido republicano que es el Iowa Straw Poll, dio un impulso a la vez al ultraliberalismo económico y a la teocracia cristiana, encarnados por Michele Bachmann (esposa de un partidario del tratamiento terapéutico de la homosexualidad), convertida en candidata presidencial creíble tras un inquietante discurso en el que solo faltó explicitar que los valores tradicionales eran expresión de la supremacía de las raíces europeas de América.

Y, sin embargo, la Europa que responde a este ideario, espacio mirífico en el que imaginariamente se articularía nuestro ser quebrado, se está revelando verdadero ustorio, espejo cóncavo susceptible de fundir la compleja realidad de sus pueblos. Pues si el dogmatismo cristiano excluye a un gran país como Turquía, la sumisión a la ley del mercado da pie a los voceros, según los cuales toda concesión a la plañidera y mal pagadora Grecia supondrá que españoles, portugueses e italianos nos sumaríamos a esta parasitaria carrera por ordeñar la teta de la Europa trabajadora, respondiendo así a nuestra condición de PIGS.

Cabe preguntarse si habrá manera de suturar esta llaga simbólica, ya sea en la hipótesis optimista de una superación de la crisis, lo cual no significaría superar la brutal relación de fuerzas entre capital y trabajo, que convierte en un sarcasmo los propósitos samaritanos de los pocos socialdemócratas que quedan.

Y algo análogo cabe decir de todos aquellos que se han sentido vejados por la identificación abusiva de los valores de la cristiandad a los de Europa, desde minorías sexuales anatematizadas por la jerarquía católica a defensores de otros credos, para los que solo la laicidad de las instituciones políticas y educativas constituye una garantía. Pues bien:

La dignidad de Europa pasa por no seguir tolerando la iteración de prejuicios y la utilización de acrónimos ofensivos para pueblos enteros. La dignidad de Europa pasa por negarse al desmoronamiento de todo lo que constituía una conquista real, negarse concretamente a que mientras la finanza marca su ley en todos los países, el protocolo de Schengen sea susceptible de ser suspendido cuando ello resulte beneficioso para la imagen electoralista de los políticos. La dignidad de Europa pasa porque las impúdicas celebraciones del "vino y el salchichón", organizadas en barrios de París de numerosa población musulmana por las huestes lepenistas devotas de la imagen de Juana de Arco (auténtica ofensa a la trágica concepción del cristianismo de los evocados Pascal y Peguy), sean consideradas por los propios ciudadanos franceses con el mismo desprecio con el que se consideraban las fiestas patrióticas de la Francia de Petain.

La dignidad de Europa pasa, en suma, por reaccionar ante el estado de cosas, respondiendo a nuestro legado más noble, con arranque en los pensadores de esa Grecia a la que hoy la dictadura de los valores del mercado condena a los arcenes.

Víctor Gómez Pin es catedrático de Filosofía en la UAB.

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