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Reportaje:

"¿A qué hemos venido? A disfrutar"

Una selección española de 'fútbol calle' participa en el Mundial de París de esta modalidad deportiva que busca la integración de personas sin hogar

Una semana, 64 equipos, una docena de partidos de 14 minutos y para los españoles una sola victoria. La selección nacional de fútbol calle, integrada por siete personas en riesgo de exclusión social de Madrid, Alcobendas y Bilbao, no ha tenido suerte en la novena edición del Mundial de esta modalidad que termina hoy en París. Las expectativas de triunfo de los más veteranos no se han cumplido. Sin embargo, la calidad es lo de menos en el campeonato: ir al Mundial es un premio a la constancia, a la regularidad y a la evolución. Por eso los jugadores españoles saben que son ganadores, aunque hubieran perdido todos los partidos. La fundación RAIS (Red de Apoyo a la Integración Social) organiza a lo largo de todo el año partidos con personas sin hogar -lo que sus protagonistas han bautizado como fútbol calle- y se ha encargado de formar la selección que ha participado en este Mundial, una iniciativa nacida en 2003.

Muchos de los miembros del equipo han sufrido alguna adicción
El 70% de los jugadores del programa logra un cambio de vida

A sus 48 años, José Manuel Carreño ha pasado por casi todo. Ha dormido en la calle, ha estado enganchado al alcohol y a las drogas, ha robado, trapicheado y pasado tres años en la cárcel. La vida también le ha dado algunas alegrías, como dos hijos y un nieto. A la corta lista de las "cosas buenas" añade, desde hace unos meses, formar parte del combinado español de fútbol calle. "El equipo es lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo", afirma José Manuel, que se ha estrenado en el campeonato como portero. "Los entrenamientos son un parón muy agradable, dos horas en las que te olvidas de la mierda de todos los días y te replanteas las cosas".

Esteban Nsue y Luis Ibáñez destacan la importancia de asumir un compromiso por delante de la cantidad de goles. La demostración de que son capaces de marcarse un objetivo a largo plazo y cumplirlo. "¿A qué hemos venido? A disfrutar", es el grito de guerra de esta selección que no gana primas millonarias ni sale con cantantes que mueven las caderas, pero que tampoco le mete el dedo en el ojo al contrario. "Reynaldo pide siempre disculpas", dice Eduardo Gil, uno de los dos entrenadores. "Hay que tener educación con el rival y con el compañero", repite incansable. Las lecciones del entrenador parecen surtir efecto y desde París los jugadores escriben en Twitter: "Hungría no ha sido un rival, han sido unos amigos, unos compañeros más de los que nos llevamos un gran recuerdo". El técnico asegura que el campo "es un entrenamiento para la vida". Valora el poder del equipo para ensayar las actitudes que luego pueden ponerse en práctica en el día a día porque "aparecen los mismos conflictos" fuera y dentro del terreno de juego. Muchos de los jugadores que han pasado por el combinado han sufrido alguna adicción, aunque el perfil de la persona sin hogar es muy heterogéneo. Reynaldo Liria, por ejemplo, trabajaba en la construcción hasta que la crisis le dejó en la calle.

Antes de partir hacia la capital francesa, Juan fantaseaba con ganar y ver el trofeo junto a la Copa del Mundo que La Roja consiguió el año pasado en Johanesburgo y la Eurocopa de 2008: "Para que la gente se dé cuenta de que existe otra realidad más allá de Cristiano Ronaldo".

El fútbol es uno de los programas psicosociales de la fundación RAIS, organización que utiliza el deporte como medio para promover la integración de personas sin hogar. Los datos señalan que el 70% de los jugadores experimentan un cambio significativo en sus vidas. "Muchos de ellos logran abandonar las drogas y el alcohol y recuperan las relaciones sociales que, debido a su situación, habían perdido", señala un portavoz de la fundación.

Mariano Álvarez y Júnior, veteranos en el equipo, son el espejo en el que José Manuel, Esteban o Reynaldo pueden mirarse. Ellos no irán a París porque no se puede repetir, y ya fueron a Milán 2009 el primero y a Copenhague 2007 el segundo. Júnior lleva dos años sin probar el alcohol ni las drogas y Mariano no bebe desde el 5 de septiembre de 2007. Este último sigue alternando los albergues con un techado cerca de la estación de metro de Quevedo. Tras décadas atado al alcohol prefiere disfrutar de la libertad que da la calle.

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