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Madera de profeta
Columna
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La suma del escarabajo

Toni García

Ya hace unas semanas que puede adquirirse el Beetle, el famoso Escarabajo de Volkswagen. Lo de "escarabajo" se lo puso (no sin mala leche) el periódico estadounidense The New York Times cuando se presentó el vehículo como la cara motorizada del Tercer Reich. Ya se sabe, en un principio, allá por 1938, el coche formaba parte de una operación propagandística destinada a conseguir que "el pueblo" pudiera acceder a las cuatro ruedas y se olvidará de otros asuntos incómodos. Hay que contar que este modelo (que tardaría unos años en convertirse en una leyenda rodante) fue el primero que pudo financiarse a través de letras, lo cual permitía que casi todo el mundo pudiera acceder a uno. El invento fue un exitazo y pronto el Escarabajo circulaba por las carreteras alemanas como Pedro por su casa al mismo tiempo que era utilizado, con éxito, en la campaña africana del régimen, en un contexto bélico.

Sin embargo, la caída del Tercer Reich y el hecho de que el Beetle hubiera sido un arma publicitaria del nacionalsocialismo convirtieron al coche en un leproso metálico. De hecho, la factoría donde se ensamblaba el vehículo fue repudiada por los empresarios ingleses en los meses que siguieron a la caída de Berlín. Solo se salvó para producir determinados modelos para los aliados y no fue hasta 1955 cuando (anulado el decreto que prohibía a los alemanes fabricar más del 10% del total del stock de coches del país) las tornas cambiaron y el Beetle reemprendió su producción. Lo demás, como reza el tópico, es historia: Volkswagen demostró un olfato impresionante y le dio la vuelta a la tortilla del marketing convirtiendo al Escarabajo en una bandera de la libertad, un coche barato y resistente, con una expectativa de vida muy superior a la de otros modelos de la época. Lo más curioso del caso no es solo que nos encontremos ante un producto de culto, sino que este coche ha pasado de ser un emblema de las clases medias a coronar un estatus urbano, por decirlo de una manera sencilla, acomodado, en un proceso que ha durado cinco décadas y donde no ha habido pasos en falso y se ha sumado en lugar de restar. Así, el nuevo Beetle es caro, sofisticado y esbelto pero, paradójicamente, sigue siendo objeto de deseo de todas las clases: desde el profesional liberal al coleccionista pasando por el tipo al que simplemente le gustan los coches. Buscando un paralelismo político sería como si un político marxista fuera capaz de que le votasen los liberales, los cristianodemócratas y los centristas.

Quizá los expertos deberían estudiar el fenómeno que permite a un coche nacido a manos de la extrema derecha se convierta luego en un emblema jipi, pase después a ser un vehículo ideal para la clase media y finalmente entre en la parcela de los productos de lujo y todo ello sin despeinarse. Es más, los candidatos más avezados a las próximas elecciones del 20-N se pondrían en manos del departamento de marketing de Volkswagen para que les diseñara una campaña mediática. Con que fuera la mitad de inteligente de que la del Beetle tendrían la victoria asegurada. De todas formas -no nos engañemos- hay algo que el Escarabajo tiene que el político español difícilmente tendrá: una estupenda materia prima. Además, a diferencia del Escarabajo, ya se sabe que a España siempre le ha gustado más restar que sumar: menos líos.

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