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Mi verdadera historia

DÍA 27

Un día estamos Irene y yo en la cama cuando llega mi madre de improviso. Absortos como nos encontramos en nuestras manualidades venéreas, no la hemos oído entrar ni avanzar por el pasillo. De golpe, se abre una grieta en nuestro universo cerrado y esa grieta tiene forma de puerta y en medio de ella hay una mujer que es mi madre, a la que Irene y yo miramos con espanto al tiempo que ella nos observa con horror. Interrumpidas todas mis funciones cerebrales, no sabría decir cuánto dura la suspensión temporal, quizá solo unos segundos, unos segundos que poseen sin embargo el sabor y la textura de la eternidad. Mi madre detiene primero su mirada en el rostro de Irene, después en su pierna incompleta, luego me mira a mí con expresión de pánico, porque acaban de caérsele de los ojos todas las vendas y porque ya no hay manera de engañarse respecto a la autoría del "accidente". Se ha descorrido con estrépito la cortina que ocultaba el secreto de nuestras vidas.

Se ha descorrido con estrépito la cortina que ocultaba el secreto de nuestras vidas

Pasado ese instante, la puerta se cierra de nuevo, pero ya la burbuja está rota y yo también. Con la visión periférica veo a Irene incorporarse y recuperar la pierna de los pies de la cama y veo también que en lugar de ponérsela, desconcertada como está al intuir que ha sucedido algo más de lo que ha sucedido, da dos o tres saltos a la pata coja, con la pierna colgando de su mano izquierda mientras recupera con la derecha parte de su ropa desperdigada por la habitación. Entonces se abre de nuevo la puerta, esta vez de forma extremadamente violenta, y aparece de nuevo mi madre, ahora hecha una furia, una vacante, una loca y se pone a gritar. Primero a mí: "¡Estás enfermo, hijo, estás enfermo, enfermo, enfermo!". Luego a ella: "¿Sabes quién es?", le grita señalándome, "¿Sabes quién es este degenerado con el que estabas en la cama?". E Irene, en equilibrio sobre una sola pierna, quizá en equilibrio sobre su existencia, grita a su vez que sí, que lo sabe, que lo ha sabido siempre y que salga ahora mismo de la habitación y que nos deje solos. Cuando mi madre sale, le pregunto con horror qué es lo que sabe y llega dando saltos hasta la cama y se echa a llorar y dice que lo sabe todo. "¿Pero cómo?", digo yo aturdido, "cómo lo sabes". "Porque tú", dice ella, "no hablas de otra cosa".

EDUARDO ESTRADA

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