Una copa de vino tinto en invierno; y blanco, en verano
En vacaciones que es cuando más disfruta uno de los pequeños placeres como el aperitivo, este año no he podido hacerlo... del todo, ya que donde he estado (Sicilia) no se da esta costumbre, pero bueno, después me he ido unos días a mi tierra, Granada, a ver un espectáculo de Eva Yerbabuena sobre Lorca en el Generalife, realmente grandioso, y claro, también he tenido tiempo de degustar las tapas granadinas, que como todo el mundo sabe son las mejores de Andalucía. La verdad es que el aperitivo para mí no es algo circunstancial, ni siquiera estacional. No diré aquello de "desde tiempos inmemoriales", pero sí forma parte de mi vida desde hace muchos años, eso sí, sólo los fines de semana, no solo por la lucha constante contra los kilos de más que trato de controlar, sino porque es cuando todo sucede más pausado, sin prisa y en buena compañía, o en ausencia de ésta, con la lectura del periódico del día. Yo para esto y para la gastronomía en general soy bastante clásico, no es que no me guste experimentar nuevas sensaciones, que sí me gusta, pero tiene que darse al menos una condición: que la calidad esté asegurada, si no, me quedo con lo conocido. Así es que mi aperitivo consiste en una copa de buen vino, tinto en invierno y blanco en verano, aunque con estos calores, tampoco le hago ascos a una cerveza fresca, pero en mi caso, el aperitivo siempre va rematado con una copa de vino y unos mejillones con patatas fritas y si acaso, unos rodajas de hueva y queso, pero tampoco mucho más.
Fernando Linde es librero
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