Diez años después, para Chillida
Ce qui ne se laisse pas saissir est étérnelle
El día que Chillida, nuestro padre, abandonó este mundo, Donosti, su ciudad, amaneció con una niebla densa; ni tan siquiera la isla podía verse; daba miedo asomarse a la bahía y no ver más que el gris. Sentí entonces -y así lo dije en un libro que por entonces preparaba para la Universidad del País Vasco- que todo el mundo quería a Chillida, que el mundo entero se condolía conmigo y que su ausencia nos dejaba a todos un poco huérfanos, no solo a mis hermanos y a mí. Hoy, ante el cierre de Chillida Leku, vuelvo a sentir lo mismo.
¿Cuántos de quienes hoy merecen nuestro respeto en el País Vasco, en España, en Europa, en el mundo... no le han pedido a Chillida, en su día, consejo o firma o medios? ¿Cuántos no le han enviado sus trabajos, sus dudas y sus honores al escultor? Él fue un referente en tiempos oscuros que se sabían oscuros y que van quedando lejos. Ahora, parece que hay y sin embargo falta... luz. ¿Qué diría hoy el recientemente fallecido exministro de Cultura Jorge Semprún, que lideró la compra de la colección Thyssen, o un Koldo Mitxelena, a quien mi padre admiraba, o alguien como Tierno Galván, el viejo profesor?
Recuerdo con orgullo cómo el día de la inauguración de ese espacio único que es Chillida Leku, rindiendo honores a su trabajo, se sentaron junto a mi padre el Rey y la Reina, dos jefes de Gobierno -el de Alemania y el de España- y un lehendakari. Ese es el espíritu global del lugar que Chillida creó y ese el espacio real desde donde considero que se puede afrontar su salvación. Porque creo que al futuro se le debe un respeto. Chillida es del mundo, y no podemos negárselo a nuestros hijos. Nada nace de nada y a todos nos vale la verdad.
Seguramente Chillida, que fue el maestro del presente, aceptaría que el presente hoy es triste y vano. "Quedeme y olvideme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo y dejeme, dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado". Estas palabras de san Juan de la Cruz -que una vez tras una desgracia mi padre me regaló a mí- son las que posiblemente dijera ahora respecto a Chillida Leku. Él sabía esperar. Pero qué difícil esperar. Qué difícil acertar. Chillida merece más que el silencio. Sin él todos pierden. Perdemos.
"¿Quién quiere a Chillida?".
A un año de celebrar el décimo aniversario de su muerte, recuerdo cómo otro escultor cosmopolita y valiente que nos dejó hace ya 10 años, Juan Muñoz, a poco de partir hacia su último viaje, me dijo con afecto: "Chillida es grande". Hoy los dos nos faltan, pero sus obras hablan.
Me pregunto cuántos artistas jóvenes están ahora mismo midiendo sus fuerzas con Chillida. Qué filósofos se interesan por cuestiones que laten escondidas o patentes en su obra, más allá de Gómez Pín, Bachelard, Ciorán o Heidegger, que lo hicieron antes que ellos; qué matemáticos, después de René Thom; qué poetas, tras Valente, Celaya, Aurtenetxe, Janés u Octavio Paz.
Pensador fecundo, profundo, y amigo de las preguntas, Chillida dejó dicho en uno de sus muchos aforismos: "Se pregunta cuando no se sabe. No hay pregunta honrada cuando se sabe la respuesta". Yo quisiera saber con qué gente podríamos contar hoy para rendirle homenaje. Y la mía es una pregunta honrada. Porque nada me alegraría más que recoger antes del 19 de agosto de 2012 un puñado de palabras de reconocimiento con las que festejar su vida.
Una vez mi padre me dejó un libro del poeta amigo suyo Edmond Jabés. Algo comentó que me extrañó y le pregunté: "Pero... ¿Edmond Jabés ha muerto?". Él contestó: "Sí". Luego añadió con rapidez: "Bueno, ha muerto... ha muerto como mueren los poetas". Chillida era también un poeta; un poeta del espacio y de la materia. Por eso vivirá siempre. Y hoy y siempre, su obra, en el caserío de Zabalaga o en cualquier otro lugar, brillará. Y lo mejor es que ese lugar, ese espacio Chillida, su Chillida Leku, lo podemos entre todos resucitar.
Edmond Jabés
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