Camarote con vistas al gueto
Una artista monta un hotel flotante para regenerar una zona deprimida de Nueva York
Mitad proyecto artístico, mitad oasis para aventureros neoyorquinos en el corazón del gueto y a solo una hora en metro del centro de la ciudad. Tal es la original y exitosa mezcla de Connie Hockaday, artista tejana de origen chileno de 29 años. Su creación se llama Boggsville Boatel y Boat-in Theater, es decir, barcos (boats, en inglés) reconvertidos en hoteles flotantes junto a los que cada noche se organizan debates y se ven películas en la marina 59. Esto es Far Rockaway, una localidad que en el imaginario de la ciudad se identifica con violencia, pobreza y peligro.
Situada en los Rockaways, península de tierra frente al mar en el barrio de Queens, Far Rockaway es la localidad vecina de Rockaway Beach, la playa a la que cantaron The Ramones a finales de los setenta para convertirla en lugar de peregrinación rockera. Hoy, tras años de ostracismo, es el nuevo arenal de moda de la ciudad, con surferos, música en directo y restaurantes. Un boom inmobiliario y gastronómico que ha llevado hasta su orilla a jóvenes artistas en busca de ocio playero.
Far Rockaway, en cambio, pese a que en los años treinta fue una esplendorosa zona residencial donde veraneaban actores como Mae West, se presenta como un conglomerado de casas de protección oficial que se caen a pedazos y cuyos habitantes, fundamentalmente de raza negra, viven segregados y empobrecidos (fue una de las áreas que más sufrió los efectos de la crisis hipotecaria). "Es una zona en la que hay tensiones sociales muy fuertes, no contra el blanco que viene de fuera sino por violencia dentro de la comunidad, que es el peor tipo de violencia", aclara Hockaday.
Su Boatel, que se presenta como un proyecto artístico auspiciado por Flux Factory, una galería de Queens, tiene vistas de lujo a unas horribles construcciones, un depósito de autobuses y un grupo de casas nuevas aunque deshabitadas. A lo lejos se adivina el aeropuerto, gracias al constante ronroneo de aviones que vuelan tan cerca que hasta se puede jugar a leer el nombre de la aerolínea. Todo ello dibuja un escenario muy inquietante bañado por el agua de un canal y a las puertas de un parque natural. Probablemente, nadie identificaría esta zona con la palabra vacaciones. "¿Tiene sentido subirse al metro y venirse a pasar una noche de verano al gueto?", se pregunta Hockaday. "Quienes viven en este barrio han sido empujados hasta aquí por la sociedad. Los que vienen al Boatel lo hacen por decisión propia".
El proyecto ha adquirido notoriedad por una sencilla razón: "El agua es el último lugar que nos queda donde no hace falta pagar alquiler para vivir". Esa idea resulta particularmente revolucionaria en una ciudad de precios desorbitados como Nueva York. La inspiración para el Boggsville Boatel nació de alguien que se negó a aceptar ese tipo de obligaciones. "Nancy Boggs, una madame que en el siglo XIX construyó un burdel flotante que se movía por el río Willamette (Portland), tratando de evitar a las autoridades. Era una especie de gánster. Con el Boatel he querido explorar el concepto de hospitalidad inspirándome en ella".
Dormir en uno de los cinco barcos viejos que le donó Ari Zablozki, el dueño de la marina 59, apenas cuesta 50 dólares (35 euros) por barco (caben entre dos y cinco personas). "Es lo justo para mantener el Boatel en marcha, pero el hotel y el dinero no son lo importante". Su becario, Arthur Poisson, un francés de 23 años que la ha ayudado a restaurarlos con materiales donados y reciclados lo resume así: "Hay gente que viene con sus provisiones a pasar la noche y ni siquiera saluda a los pescadores atracados aquí. Esa es la gente que no ha entendido nada. Lo importante de este proyecto es que se mezclen varios nuevayorks, cuando, tras ver una película, se entablan debates y se crea espíritu de comunidad. En ese sentido es arte. El arte es el contexto".
Hockaday espera repetir el año próximo con la ayuda de Zablozki, a quien le gustaría que el Boatel creciera. De momento, el arte fluye: entre los huéspedes se encuentra gente como la pareja formada por Mariella y Worth Christian, que celebran en el Boatel su 28º aniversario de bodas y dicen: "Hasta en el supermercado nos han tratado bien. El barrio tiene mala fama pero hay muy buena gente". Al fondo tres niños del vecindario que no saben nadar juegan en el agua con los salvavidas que les ha dado Hockaday, quien confiesa feliz: "Ellos y parejas como los Christian son los que hacen que este proyecto merezca la pena".
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