Ja sóc aquí
Siete años y once meses después de irse a conocer el mundo con la camiseta del Arsenal, Cesc Fàbregas regresó el lunes, a sus 24 años, al Camp Nou, del que se fue a los 16, y se enfundó la del Barça con el número 4 que le estaba destinada desde que Guardiola lo predijo en la dedicatoria que escribió en la que le regaló siendo un niño.
Tres de esos años ha durado la puja del Barça por recuperarlo, de modo que bien pudo haber dicho al llegar lo mismo que Tarradellas al volver del exilio; pero lo que dijo ante los 35.000 aficionados que le aclamaban en el estadio fue esto: "Tenía muchas opciones y he elegido la más difícil". Una frase que recuerda a la de Vittorio de Sica en El general della Rovere: "Cuando no sepas cual es tu camino, elige el más difícil".
Difícil porque ni siquiera él tiene asegurada la titularidad en el Barça actual, pero también porque para regresar ha tenido que resolver un grave dilema moral: optar entre la lealtad a su equipo de toda la vida, y su agradecimiento a Arsène Wenger, que le hizo titular del Arsenal antes de cumplir los 18 años y capitán del equipo a los 21, y a quien siempre ha considerado su segundo padre. Era lógico que los gunners (artilleros) se resistieran a dejarle marchar por mucho que comprendieran su deseo de volver a Ítaca. En sus 292 partidos con la camiseta del Arsenal, Cesc ha marcado 57 goles y dado el último pase de otros 95, lo que significa que ha intervenido en más de la mitad de los anotados con él en el campo.
Si Cesc se convierte en titular, entre 8 y 9 de los once que lo sean habitualmente procederá de la cantera del Barça: Valdés, Piqué, Puyol, Busquets, Iniesta, Xavi, Messi y Thiago, más el propio Cesc. Curiosamente, su otro equipo, el Arsenal, prototipo del club inglés clásico, en el que nació la estrategia de la WM, fue el primero de la liga de ese país que jugó un partido sin ningún inglés en su alineación ni siquiera en el banquillo (en el que se sentaba Cesc): fue el 14 de febrero de 2005.
De las anécdotas que un día se convertirán en leyenda, una de las más significativas es que cuando jugaba en el infantil del Mataró, sus directivos se conjuraron para que, alertados por el portero del campo, Cesc no jugara cada vez que venía el ojeador enviado por el Barça para comprobar si era tan bueno como le habían dicho y ficharle.
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