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Mi verdadera historia

DÍA 13

Entretanto ocurrió algo grave: mis padres se separaron, creo que por mi culpa. Papá se fue de casa y yo me quedé con mamá, que no me quería, aunque me tenía lástima. Tampoco yo me quería a mí mismo, pero también me daba lástima. ¿Queréis saber la diferencia entre la lástima y el amor? Buscadla dentro de vosotros. Si no la halláis, es que habéis sido tan desdichados como yo. La lástima es un sucedáneo del amor, a veces un excelente sucedáneo, de ahí la dificultad para distinguirlos.

Papá seguía yendo a aquel programa de libros de la tele, en donde en una ocasión habló de la novela policiaca, a la que a veces se refería también como "novela criminal". Me pregunté, inquieto, si había elegido ese tema para hablar de mí sin necesidad de mencionarme. Ese día, al poco de que papá comenzara su intervención, mamá se levantó del sofá, como si tuviera algo que hacer, pero la verdad es que me había leído el pensamiento. Ella podía leer mi pensamiento y yo el suyo; gracias a eso evitábamos las situaciones que traían a nuestra memoria el "accidente". Permanecí delante de la tele para disimular, como si el asunto de la novela criminal no me concerniera, y así escuché hablar a papá de una autora llamada Patricia Highsmith (qué apellido difícil) de la que recomendó dos novelas, Mar de fondo y Ese dulce mal. No las he leído; de hecho, no he sostenido nunca entre mis manos, por miedo a delatarme, una novela policiaca, pero me identifiqué con los títulos, que de nuevo, como los de Dostoievski, formaban parte de mi biografía. ¿Acaso no era un mar de fondo aquella agitación continua que ocurría en las profundidades de mi conciencia? ¿Y no era un dulce mal la lástima que mamá sentía por mí?

Tomando todas las precauciones, empecé a escribir mi biografía criminal

¡Cómo deseé, escuchando a papá, ser yo el autor de aquellas novelas policiacas! Aquel día, por la noche, tomando todas las precauciones del mundo, empecé a escribir en un cuaderno mi biografía criminal. Lo escondí luego debajo del colchón, en el centro de la cama, donde nadie pudiera dar con él, y me acosté y me dormí muy pronto, y al día siguiente, creo que por primera vez en mi vida, no había mojado las sábanas. Fue entonces cuando pensé que escribir era un modo respetable de seguir meándose en la cama.

EDUARDO ESTRADA

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