TEORÍA DEL ENCAPUCHADO
A principios de los ochenta RUN DMC, la legendaria banda de hip-hop, lanzaba una canción llamada My Adidas. Poco después la marca deportiva alemana firmaba con el grupo un lucrativo contrato que convirtió las zapatillas tribanda en un clásico de la escena urbana. Pues bien, un bloguero londinense decía ayer -no sin mala leche- y refiriéndose a los disturbios en Londres: "Adidas no tenía tanta exposición en la calle desde los tiempos de RUN DMC". El cronista se refería así, de forma perversa, a la preeminencia de esas zapatillas entre los alborotadores que estos días tienen en vilo al Reino Unido. No solo eso, pocas veces un colectivo ha estado tan uniformado como el que persigue el caos en las islas: gorra de marca, zapatillas de marca, sudadera... de marca. Esta última prenda, en boga desde hace tres décadas cuando empezó a comerse el mundo empezando por barrios como el Bronx de Nueva York o el South Central de Los Ángeles, se ha convertido en el auténtico sello de las revueltas.
Sin embargo, y aunque los hay que se empeñan en buscar interpretaciones sociológico-estéticas (subrayando el hecho de que en los incidentes del año pasado en la periferia de París los gamberros también lucían la inevitable prenda), parece tan solo una cuestión práctica: es una compañía adecuada cuando uno pretende hacer de todo en la ciudad con más cámaras del mundo. Poco o nada que ver con la actitud o la imagen de sus primos al otro lado del Atlántico y que empezó como una simple simbiosis con cantantes y grupos de rap. Allí, la capucha es una declaración de intenciones y en algunos barrios es el equivalente estadounidense a llevar un casco de moto en Nápoles: es mala señal.
Ni punto de comparación con algo tan específico como el look de los hooligans que lucían Sergio Tacchini, Ellesse o Diadora como muestra de su superioridad en términos estéticos (y que daría paso a las mucho más sofisticadas Stone Island, Aquascutum o Burberry, en tiempos de los Casuals); o de las loafers o las Harrington que pusieron de moda los seguidores de la Ivy, los mods o los rude-boys. Ni siquiera podrían buscarse paralelismos con las icónicas Doctor Martens. La capucha parece simplemente una prenda de fondo de armario sin más distinción que la marca (de Nike a la mencionada Adidas, pasando por marcas del street wear más clásico como Volcom o DCShoes) y que confunde al individuo con el rebaño en lugar de hacerle destacar. De hecho, el chav londinense (gamberro de baja estofa) es un caso curioso que rompe cualquier intento de interpretación sociológica del fenómeno: llevan móviles último modelo, vaqueros caros (de los Evisu japoneses a los Levi's vintage),gorras New Era y zapatillas caras. Por eso resulta paradójico para muchos ingleses de a pie la relación que algunos pretenden establecer entre pobreza y guerrilla urbana, como si estuvieran íntimamente conectadas.
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