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gracias y desgracias | Arte
Columna
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Locos por McQueen

Eugenia de la Torriente

Tutankamón, Picasso, Mona Lisa... y ¿Alexander McQueen? Tan poco previsible secuencia es la respuesta correcta a una pregunta de Trivial en ciernes: las 10 exposiciones más populares en los 141 años de historia del Museo Metropolitan de Nueva York. La retrospectiva dedicada al diseñador de moda británico cerró el domingo y se colocó en la octava posición. En tres meses y tres días, 661.509 visitantes. Hubieran podido ser más. La insaciable sed por McQueen hizo que se prolongara una semana, se alargara el horario hasta medianoche y se abriera en lunes, día en que el museo permanece cerrado.

El reconocimiento póstumo, común en arte y en literatura, no es tan frecuente en la moda. Que el estudio que continúa trabajando en nombre de McQueen firmara, por sorpresa y días antes de la inauguración, el vestido de novia de Catalina Middleton es una explicación parcial de este éxito. También el morbo. El diseñador se suicidó en febrero de 2010, a los 40 años, tras una vida y una carrera atormentadas, plagadas de ángeles y demonios.

Pero si uno solo busca calmar esa clase de morboso apetito, enciende el televisor. No aguanta horas de cola para entrar en un museo. Por eso, la capacidad expresiva y la exuberante plástica de la obra de McQueen no pueden desaparecer de la ecuación. Esta exposición ha permitido que un público más amplio -y con menos callos- se acerque a sus creaciones, descubra sin filtros su extraordinaria belleza y, de paso, agote catálogos (100.000 copias vendidas) y souvenirs (pisapapeles en forma de calavera o monederos de cuadros).

Aunque McQueen no es Balenciaga, cuya pureza parece genéticamente preparada para convertirse en un lugar común del buen gusto. McQueen fue un artista del dolor y de la rabia. La oscuridad de sus creaciones no siempre era fácil de digerir. Su imaginación engendraba criaturas alienadas y mutiladas, acaso víctimas de las terribles batallas que se libraban en su cabeza. Esas sombras formaban parte de su poética. Ahora que su nombre se ha convertido en emblema de una sonriente casi princesa, es importante recordar que las que poblaban sus fábulas nunca fueron carne de parque de atracciones. Es justo que se generalice el reconocimiento a su obra, pero también que esta se abrace en toda su complejidad. Si McQueen no gozó de semejante popularidad en vida no es solo porque el mundo no hubiera reparado en él. Es que lo que contaba no era siempre agradable de escuchar.

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